Un batallón de paracaidistas recibe la órden de tomar una colina para dar protección a un movimiento de un cuerpo del ejército de EEUU en Vietnam. En teoría hay tiradores francos allá arriba.
Empieza la matanza, el sufrimiento, fuego de mortero y muertos a diestro y siniestro. Hasta ahí más ó menos una más de guerra.
Pero empieza el punto personal que en el buen cine bélico asoma: el conflicto interior de cada soldado, su historia personal entre tanta violencia.
Desaparecen los conflictos de barrio, de equipo de fútbol, racial, religioso y ese largo etcétera de barreras que ponemos entre unos y otros y aparece la unión y la solidaridad entre los soldados, incluso entre ellos y el enemigo, pese a tanta crueldad, el respeto.
El final es previsible, como en todos los conflictos armados.
Las personas humildes son las principales víctimas de las guerras.
Magnífica fotografía, rodada de forma pausada a ritmo más bien lento, no aburre, pero tampoco atrapa, salvo el dramatismo de las escenas de acción y la impotencia y el dolor que sí logra transmitir al espectador.
Una cinta que pasó sin pena ni gloria por la taquilla, pero que envejece bien.