Es una obra bonita triste, esquemática, simplona, de buenas intenciones, en tono medio o neutro, y de discretos y agradables/correctos resultados, no nos podemos quejar; no cae en excesos o grandilocuencias ni tampoco tiene grandes aciertos o momentos y hay actores o más bien personajes que se nos vienen abajo, esa madre de acogida tan santa o ese jefe de periódico tan divino que me pirro.
Todo es reconocible y asumible, postal habitual, la cruda/dura realidad haciendo de las suyas, pero, a la vez, se resuelve de manera muy elíptica, poco creíble en algunos/muchos casos.
Es el recorrido de un aprendizaje, de/por una decepción, de un dolor, una pérdida/ausencia.
El descubrimiento de la verdad de las cosas, de la renuncia, la injusticia, el absurdo.
Quizás el mejor personaje sea el del primero o único con el que aquí se lía, ese padre numeroso mitad caradura, un cuarto bonachón y comprensible y otro patético, solo humo.
Y ella, la actriz, es muy buena, lo borda, llena de matices, picardía y miserias/bellezas, luces y sombras su joven personaje.
El artista, escritora en este caso, como ese ser al margen de la sociedad, que no se pliega o conoce/entiende bien las reglas del juego, rebelde/torpe, romántico, que está fuera de juego o de lugar siempre, que no acata las normas de (buen) comportamiento, en albis o babia, que arriesga o prueba más de lo normal, (algo) se deja llevar, come la fruta prohibida y con creces lo paga.
Esa Suecia puritana, protestante muy seguramente, reprimida, hipócrita. Ese mundo escandinavo de Knut Hamsun, lírico y terrible. El periodo de entreguerras. Los (no tan felices, más bien cabrones) años veinte con su jazz y su charlestón a todo motor.
Es sorprendentemente mesurada, me esperaba algo mucho peor, más propagandístico y estrepitoso y no, reina la gris mediocridad, la contención, no nos tiramos de los pelos por esta vez.