Da la sensación de que el debutante Francis Lee a sus 49 años ha tenido muy claro lo que quería contar y como hacerlo. Su cinta destila verdad en un ambiente y unos personajes que forman parte de su propia autobiografía. Su tierra del condado de Yorkshire le ha marcado tanto como para que después de abandonarla para abrirse camino en el mundo artístico vuelva a ella para reconocerle todo lo que le debe como ser humano. Sobre ese ambiente duro y exigente que impone la vida rural, un joven granjero afronta una encrucijada de sentimientos, de responsabilidades familiares y de frustraciones personales que le hacen encerrarse en si mismo y navegar en una deriva incierta. Un inmigrante rumano llega a esa nueva tierra dotada de los parabienes de Dios después de tener que abandonar la suya propia y de su encuentro nacerá una nueva esperanza de vida por encima de todo tipo de absurdas fronteras. Una bella historia de amor humano, de amor y respeto por la naturaleza con una cuidada fotografía y un tratamiento del sonido cuya mejor bso son los sonidos y silencios de la propia naturaleza.
Es cierto que el guión del propio Lee podía estar más pulido tanto en el desarrollo del conflicto como en el tratamiento del personaje rumano, pero la dupla de actores protagonistas, el padre y la abuela nos regalan momentos emotivos de gran sinceridad actoral. Un notable, cuidado, sensible y elaborado trabajo digno de mención.

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