Mi percepción de Bélgica siempre ha sido la de un pequeño y rico país del norte de Europa, una sociedad instalada en el bienestar. Sin embargo, los hermanos Dardenne, los más conspicuos representantes actuales de su cinematografía, se empeñan en mostrarnos el reverso más sórdido de esa sociedad. Una constante de su cine es la atención hacia la infancia y la juventud abandonadas, marginadas del sistema. Otro tema recurrente es el de la paternidad y sus responsabilidades.
Su estilo visual es también muy característico: cámara al hombro, en constante movimiento, los personajes son acosados de forma tan invasiva que los cercanísimos planos nos muestran hasta sus procesos mentales. Todo ello, sin música y con unos diálogos de lo más escueto e, incluso, pedestre. Además, las interpretaciones son tan naturalistas que ni parecen interpretaciones.
En mi primera experiencia con los Dardenne, "Rosetta", este estilo me estaba poniendo enfermo, hasta que reparé en que el movimiento de la cámara no era en absoluto azaroso, sino que estaba milimétricamente calculado en un ejercicio de gran virtuosismo técnico.
Otra de las constantes de su cine es la escasa empatía que me producen sus personajes. Es más, me entran una ganas terribles de abofetearlos y eso que no soy una persona de talante violento. Pero..., a medida que avanzan sus historias llego a comprenderlos y siempre acabo con un nudo en la garganta y los ojos húmedos.
"El hijo" ha cumplido con todas mis expectativas sobre el "universo Dardenne" pero además, en su tramo final en el almacén de maderas, me ha descubierto el inusitado talento de los Dardenne para crear un suspense nada convencional que me ha puesto los nervios de punta. Si el plano final llega a durar un poco más, los créditos me habrían pillado llorando a moco tendido.