La década de los 60 fue la del gran cambio de las mentalidades o, por lo menos, su inicio. España vivía aún bajo una dictadura y el autoritarismo permeaba toda la sociedad, incluidas la familia y la escuela. Pero aquello no podía durar. El crecimiento de la economía (el llamado "desarrollismo") y la afluencia de turistas extranjeros y su libertad de costumbres iniciaron la apertura de un país autárquico y aislado. Una chica que se quedaba embarazada de soltera estaba condenada a la estigmatización. Que un chico se dejase el pelo un poco largo se interpretaba como un acto de rebeldía. La gente nacida tras la Transición no puede hacerse a la idea de la asfixia que suponía vivir en tales condiciones.
Trueba tiene el acierto de no cargar las tintas demasiado. La intolerancia de las actitudes dominantes se retrata sin subrayados y la bonhomía de su protagonista esconde una suave rebelión, la de las actitudes vitales más comprensivas y tolerantes. Un paradigma de toda esa gente que vivió la Transición a la democracia como el paso natural y necesario para un país que ya había empezado a liberar sus mentes de la estrecha jaula que era el nacionalcatolicismo. Una revolución.