Cinco segundos y la película ya te ha zambullido de lleno en una frenética persecución automovilística encabezada por los policías Riggs y Murtaugh, con golpes, disparos, carreras, humor… y sin darte cuenta toda tu atención se ha focalizado a en esa persecución, deseoso de conocer su desenlace y su importancia en la trama, a la par que sientes una sensación de diversión que no saboreabas desde la primera entrega. Fantástico inicio.

Esta secuela mantiene las características de la primera película, aunque con una mayor dosis de humor y menor carga dramática, pese a contar con un último tercio tenso y trágico. Tiene más acción y un buen puñado de escenas que quedan el recuerdo: el momento retrete, el acoso de Riggs al diplomático, el clímax final o la maravillosa escena de cierre que se ríe de los tópicos de escenas similares, con el humor propio de la cinta.

En la anterior se contraponían temas como la amistad o la depresión, y en ésta se hace lo propio. Esta vez se toca el tema del racismo en su vertiente más extrema, y concretando, la trama gira en torno a traficantes sudafricanos de raza blanca y pensamiento nazi. Recordemos que la película data de 1989, que es justamente el año donde se puso fin al régimen del apartheid que separaba el país según color de piel y donde los negros no tenían derecho alguno. También tenemos el tema de la venganza. Y compensando por el otro lado, la amistad vuelve a tener un gran papel, así como la familia y la superación personal, además de un mensaje de igualdad racial que se deriva del eje principal.

Mel Gibson y Danny Glover interpretan sus papeles sin dificultad y con una química que venía de antes. A ellos se une Joe Pesci, cuyo carácter dará pie a simpáticas líneas de diálogo. La ambientación y música no son tan mágicas como en la original, a pesar de seguir el mismo camino. También es más comercial.

Digna y amena. Sin duda contentará a los amantes de la acción.