Los productos audiovisuales, como cualquier otra manifestación artística, envejecen. Mientras algunos siguen ganando adeptos al margen de modas, otros se hunden poco a poco en la ciénaga de lo viejuno. Verano azul es el epítome de lo segundo, y personalmente sentiría cierto pudor de introducir a las nuevas generaciones en ese universo en lo que lo blanco que se ve en la playa no es arena, sino caspa. Hay que entender que en su momento era lo más, y torrarse en la playa de Levante con bañadores atroces, Funky Town de OST e intoxicarse con una paella de chiringuito era el Valhalla de las vacaciones. Para alguien que no haya llevado un peinado como Tito o no haya montado en un Seat 131 Supermirafiori esta serie le parecerá, hablando en plata, un auténtico mojón... y están en lo cierto. Siendo objetivos el reparto infantil era refrescante (traducción: amateur) y el adulto solvente (traducción: viejuno), y los efímeros guiones una muestra mitad entrañable y mitad ridícula de los sueños y miserias de una España recién salida del franquismo; Mercero hace una labor pionera en nuestra industria, pero una dirección pedestre y ciertos momentos imborrables (ver spoilers) pesan como una losa, de modo que la OMS no recomienda su revisionado salvo en oscuras reuniones sadomasoquistas.