Angelino Fons empezó con buen pie con su primer largometraje, "La busca" (1966), pero luego su segundo largometraje, que era un vehículo para el lucimiento de la cantante Massiel, fue un batacazo en toda regla, y no sólo por su condición de vehículo, pues en esos mismos finales de los 60 Mario Camus y José María Forqué, por ejemplo, se vieron en la misma situación y salieron mucho más airosos del intento. "Cantando a la vida" no vale ni como musical, ni como película de intriga: los diálogos son extenuantes, aburridos y ridículos, las canciones no valen gran cosa, y la modernidad que se nos presenta, mediante una fiesta "hippie", y sesiones de fotos, y modelitos a la moda, resulta superficial y epidérmica. Massiel, que al menos se defiende como actriz, sin embargo está doblada salvo cuando canta (como le hacían a Peret, por esos mismos años, en sus películas), lo que merma su interpretación, y por otro lado no convence ni como cantante ni como la estrella "sexy" y fotogénica que se propone al espectador. Rolf Zacher, en el papel de Martín, el fotógrafo, es un actor horrible.

La trama de intriga que se va superponiendo a esta melosa y empalagosa fotonovela (perdón, melodrama) parece una copia depauperada del argumento de "Blow-Up" (1966), de Michelangelo Antonioni: Martín descubre, por casualidad, haciendo fotos en un aeropuerto, a un nazi huido de la justicia internacional (Gérard Tichy, el malo de la película) y querrá indagar más en el tema, cayendo en un dilema moral entre el dinero y la honestidad.