Todo aparentemente es normal. Todo tranquilo. Unos se preparan para la guerra, otros continúan con sus vidas como un día más. ¿Quiénes serán los protagonistas?

Una música tensa acompaña a los luchadores, no tienen voz. También se presentan al frente un variopinto elenco de personajes, el teniente negro en su primera misión, el padre y la niña que ríen en el coche, los peligrosos presos que deben ser trasladados, el camión de los helados, las mujeres que trabajan en la comisaría. La comisaría siete del distrito 13, la verdadera protagonista, el edificio que muestra sus últimos minutos de vida. El centro neurálgico de toda acción.

Tras la aparente normalidad, llega el momento que cambia el curso de todo lo que estaba ocurriendo, rápido e inesperado, para marcar los dos frentes en los que no se distinguen buenos y malos, sólo existe dentro y fuera del edificio, y mucha sangre fría.

El espectador se queda encerrado dentro de la comisaría con el desconcierto y las decisiones rápidas, enfrentándose a esa gran idea de la película, el acecho invisible, con el protagonismo de sombras, el peligro inexistente, la tranquilidad del mundo ante algo que en continua apariencia ni siquiera está ocurriendo.

Aquí es donde puedo afirmar que Carpenter es un género cinematográfico por sí mismo, porque siempre logra captar la atención de cualquiera al llevarte a su terreno, donde caben los zooms rápidos tan setenteros, las grandes frases, chulería e integridad a partes iguales, la magia de una música que casa a la perfección y trabaja por sí misma y sí, centrar la intriga en algo que ni tan siquiera se ve y salir triunfante. Además, ¿quién no se preguntó por qué llamaban Napoleón a Wilson, el preso, quien sólo iba a decir los motivos antes de morir? Al menos sí dijo en su momento: "Otro día acaba... en mi situación, los días son como mujeres, algo que es muy hermoso y que acaba por abandonarte." Y esto sólo se recuerda cuando todo es aparentemente normal y tranquilo.