David Lean ofrece en El puente sobre el río Kwai otra de sus gigantescas epopeyas bélicas, y hay que reconocerle de nuevo su magistral mano tras la cámara, lo bien que dirige a sus actores, y la innegable pericia para llevar a buen puerto un proyecto tan descomunal (en todos los sentidos) como este. Sin embargo, el tufillo propagandístico es demasiado grande, los personajes japoneses son todos estúpidos, corruptos o crueles (o todo a la vez... ¿no es demasiado poco creíble que un pueblo pionero en construcciones para soportar desastres naturales sean tan pardillos con el tema del puente?) y la película es eterna y demasiado irregular en el ritmo. Afortunadamente la segunda hora es mejor y concentra muchos de los momentos que sí merecen ser recordados y que le han dado halo de clásico a la cinta (ver muy especialmente el apoteósico final).
Entre los actores, Alec Guinness está maravilloso, al igual que Sessue Hayakawa, pero no veo demasiado entonado a William Holden, y eso que estamos hablando del genial protagonista de Traidor en el infierno y El crepúsculo de los dioses.
En definitiva, una película interesante y mastodóntica con aroma al cine clásico que tantos espectadores buscan, pero sobrevalorada y peor que otras de su mismo año, como Doce hombres sin piedad, por ejemplo.

Lo mejor: La apabullante factura técnica de la película y su fuerza cinematográfica, aunque llegue con cuentagotas y en escenas muy concretas.
Lo peor: Lo larga que es y lo pesada que se hace, sobre todo en su primera hora.