Kimberly Peirce debuta en la dirección con una película que provoca rabia.
Rabia porque Brandon Teena no hacía daño a nadie. Porque solo quería vivir como le apetecía, y ser quien quería ser. Porque tuvo un final inmerecido, cruel hasta la extenuación y enormemente cobarde por parte de quienes lo hicieron. Es una película dolorosísima de ver, llena de escenas que revuelven el estómago y sobre todo la conciencia. Pero también está llena de belleza, de amor y de ejemplo para todos aquellos que no somos (por suerte) Lotter y Nissen.
Sobre lo que no hay ninguna duda es sobre el extraordinario trabajo de Hilary Swank y Chloë Sevigny, que juntas y por separado son una delicia. Pocas veces se han visto trabajos tan matizados, en cada mirada, en cada frase, en cada suspiro, en cada respiración. Oscar merecidísimo para la primera y hubiera sido también merecidísimo para la segunda, de no ser por Angelina Jolie.
De obligado visionado, especialmente para aquellos que hoy en día, 24 años después del brutal asesinato de Brandon,

Lo mejor: Su crudeza y a la vez su enorme sensibilidad
Lo peor: Le falta algo de ritmo en su primer tercio