El elenco encaja a la perfección, cada uno está en su lugar, eso fue lo que hizo que estuviera a punto de adentrarme al libro mientras observaba la película. ¿Cuál fue el impedimento? La carencia de su esencia. Mientras veía la película no tenía ese sentimiento de perturbación o consternación por los niños mientras morían en vida con todos esos sucesos tan escalofriantes y grotescos, o pena cuando las desgracias aumentaban cada vez más, mucho menos ese suspenso que tienes que tener cuando estás dentro del mundo de V.C. Andrews. La piel no se me ponía de gallina al ver el ambiente en éste nuevo Foxworth Hall, de hecho si me pusieran a elegir entre éste Foxworth Hall y él de la adaptación de 1987 (Castle Hill de Ipswick, Massachusetts), elegiría el segundo ya qué es ese retrato gótico y macabro del cuál no querría estar cerca, en cambio el primero te hace pensar que es una mansión de ricos cualquiera en la que se haya un matrimonio que está en la vejez. Concluyendo, el elenco era excelso físicamente, pero no transmitían las emociones crudas que tenía el libro. Pero no fue culpa de los actores, no, sino de el guionista (Kayla Alpert) en su intento de querer superar la primera adaptación de 1987 acercándose más a la trama original y olvidando la verdadera esencia de flores en el ático.