Estamos ante una película triste. Tono, personajes, situaciones, música, la historia en definitiva está impregnada de una tristeza con la que el director parece sentirse cómodo. Es más, parece disfrutar buceando entre miseria y enfermedad, entre la fealdad y la marginación, haciendo del alegato anarco-ecológico algo cercano a la pornografía. Y todo ello no sería criticable si detrás hubiera una buena historia. O una historia, sin más. Porque lo que cuenta “Bestias del sur salvaje” es una anécdota estirada hasta el infinito por alguien que esconde a golpes de postal apocalíptica su incapacidad como narrador. Y se sirve de un paisaje, una niña y una serie de actores no profesionales para dar gato por liebre. La verdad, para enseñarnos como la ausencia de la figura materna, un entorno hostil o la pérdida de un progenitor acelera el proceso de maduración de las personas no hacía falta que nos mareen con hora y media de despropósito continuo.

Lo mejor: la relación naturaleza-ser humano.
Lo peor: su nula capacidad de emocionar.