Comienzo trepidante con un “flash-forward” que te deja pegado a la butaca deseando saber más, planos secuencia en continuo con estética de viñeta de comic, recursos más propios del funcionamiento de la mente humana que del cine, una violencia explícita que provoca pavor pero no llega a asquear (como el “gore” tan de moda en la actualidad), y un final que deja al espectador con la sensación de haber recibido una patada en el estómago, próximo a la náusea. Oldboy es todo esto y mucho más: es la demostración de que el cine Coreano, a día de hoy, es mucho más atrevido e innovador que cualquier otro; es el claro ejemplo de que no todo está aún dicho en cuanto al lenguaje cinematográfico; y es también una lección sobre cómo apoyarse en los clásicos, e incluso homenajearlos, sin llegar a parecer un plagio o un “refrito”. Los actores dan una lección de contención, cuando deben hacerlo, y de excesividad, cuando la situación lo requiere. Es una historia de venganza llevada al límite, al estilo de la tragedia griega, pero con ciertos toques de surrealismo onírico que la hacen única, encantadora y evocadora.
Intuyo que la industria USA, en estos momentos, estará fagocitando la película para, en un plazo de un par de años presentarnos un “remake” de Oldboy totalmente descafeinado y protagonizado por Tom Cruise o similar. Lo que es seguro es que no iré a verla.