Esta es una de esa películas que aunan al público en su contra y a ciertos cinéfilos en su favor. Y los dos tienen razón y ambas visiones son compatibles y complementarias.

La película es una ida de olla del carajo, cierto, pero eso no es malo. Rezuma libertad creativa sin pagar peajes a nadie, ni a los propios fans del género o de Carpenter. Es una película libre que reivindica la libertad creativa, aunque sea a costa del error, de la pífia, de lo ridículo. Y eso es, a mi parecer, más importante que el resultado en sí.

No obstante, también es evidente que no es lo mismo su brillante primer acto (con una premisa delirantemente atractiva) que el resto, más desigual, perdido. Cierto también que no se acaba de entender como se plantea una película como una jugada comercial de primer orden y se cometen todos los pecados que el espectador de ese tipo de films mayoritarios no quiere ver, no entiende y no soporta: riesgo, zozobra narrativa, bromas privadas y públicas, historia no creíble, cameos intencionados y no intencionados, actuaciones risibles...

Ahí también reside, pues, su honradez y su valor, ya que se atisba que ni Carpenter ni Russell ni nadie implicado se daban cuenta de la que estaban liando. Un aplauso por su libertad y su inconsciencia.