Ni es una obra maestra ni una tomadura de pelo, aunque viendo la segunda mitad de la película se acerca más a esto último. Es a partir de entonces cuando De Palma pierde el control, cebándose en el sexo e hilando el argumento con un "deja vu" sin demasiado sentido. Porque empezar, empieza más que bien. El reto de recrear el mismísimo Festival de Cannes, con su glamour y su famoseo, como contexto para un robo perfecto al son de una música de Sakamoto que homenajea al "Bolero" de Maurice Ravel. Un plan meticulosamente rodado, al estilo del mejor cine negro, y en el que el rollo lésbico de Rebecca Romijn-Stamos con la supermodelo que va "ataviada" con el lujoso objeto del golpe - morboso donde los haya pues prácticamente no cubre su cuerpo - tiene su explicación. Incluso la película avanza con claras referencias a Hitchcock y al "Blow up" de Antonioni, personalizada por esa doble cámara utilizada por el director y con unas fantásticas panorámicas de París.
Sin embargo, desde el momento en que Antonio Banderas se hace pasar por "gay" y empieza su particular club de la comedia, intuí que "Femme Fatale" decaería. Lo que no esperaba era hasta tal punto. Una pena, porque el guión tenía buen material.