Hay películas que, aunque las veas enteras, se olvidan por completo; en otras se puede quedar vagamente alguna escena, algún detalle, pero otras se quedan en la memoria. Esa es una diferencia básica entre la medianía y el buen cine de verdad. Es el caso de ésta, donde están Quinn, Krüger y Magnani, tres de mis actores favoritos de siempre. Anthony Quinn está desatado, como en Zorba el griego, completamente en su salsa.

El guion es preciso y navega con éxito entre aguas de comedia y drama, algo muy difícil. Los personajes y los diálogos son coherentes, y esto tampoco es fácil, lo que comprobamos cada vez que vemos películas mucho más actuales con personajes y diálogos distorsionados por la mano de un guionista y un director torpes. Si has fijado bien unos personajes, cada uno con su forma de ser, y unas situaciones, una buena historia tiene que dar la impresión de que se escribe sola, con naturalidad y sin distorsiones artificiosas, y esta perfecta naturalidad es la que ocurre aquí. Además, son diálogos chispeantes y magníficos.

A todo ello le añadimos una estupenda ambientación para recrear ese pueblo rural italiano que vive del vino, justo tras la ejecución de Mussolini y cuando ya las zarpas nazis se van batiendo en retirada, y un sensacional trabajo coral con cientos de extras, la gente del pueblo, filmada también con admirable naturalidad y autenticidad. Una obra maestra nunca lo suficientemente valorada.