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Joan Ramirez rating:
5
6.0
10,640
Thriller. Drama
New York radio host Erica Bain (Jodie Foster) has a life that she loves and a fiancé she adores. All of it is taken from her when a brutal attack leaves Erica badly wounded and her fiancé dead. Unable to move past the tragedy, Erica begins prowling the city streets at night to track down the men she holds responsible. Her dark pursuit of justice catches the public's attention, and the city is riveted by her anonymous exploits. But with ... [+]
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- es
October 31, 2011
8 of 10 users found this review helpful
Oliverio Girondo fue un poeta argentino de las vanguardias; un fresco; un tío simpático; un niño bien; y, a ratos, un afortunado acreedor del ojo sensible que retrata lo que no se ve y habla de lo inexplicable.
Yo veo cine en la pequeña pantalla de mi ordenador, en una silla de tijera, de madera, algo desvencijada, paradigma de la incomodidad. No obstante, si la película es buena, me olvido de todo. Ahora bien… si he de rememorar con nostalgia el poema “Aparición Urbana”, del mencionado Girondo, escuchando el ridículo recitativo sobre Nueva York que le escribieron a la Foster para el inicio de esta película… es que vamos mal… muy mal. La silla se me clava en todas las vértebras y Melpómene y sus amigas musas se tapan los oídos. Es lo que pasa cuando un guionista de blockbuster se mete a poeta. Por otra parte, el resto de la película alcanza unas cotas de manipulación tan elevadas, que llega a resultar admirable.
La sinopsis ya la conocen la mayoría de ustedes: locutora de radio cambia micrófono por vengativo pistolón después de sufrir con su novio una brutal agresión en Central Park, al que, desde hace años, el cine presenta como una sucursal del Infierno en cuanto cae la noche.
Nace así una nueva heroína del asfalto, habillada con cazadora de cuero y sandalias, un ser nada neumático en comparación a Lara Croft; al contrario: un personaje andrógino que destila tristeza y angustia por los ojos azules de Jodie Foster, lo mejor del film.
Pero yo les hablaba de manipulación un poco más arriba. Esta gente parece indicar que la mucha muerte se ha de justificar con un mucho amor previo. Menuda locura. Para rematar esta idea, ante mi perpleja mirada, se pretende representar que Naveen Andrews y Jodie Foster son los amantes de Teruel. Y por aquí ya no paso. No tan sólo empiezo a sentir que se me duermen el culo y una pierna, sino que una contractura se me solidifica en la espalda al contacto de la rígida madera de mi silla de tijera. Extrasensorialmente, además, percibo que Goethe, el inventor de esta expresión que tanto usamos cuando nos referimos a la “química” entre hombres y mujeres, se revuelve en su tumba de Turingia. Además, la solvencia interpretativa de Naveen Andrews es vacuna, bovina.
Para conocer, hay que comparar. ¿Han visto ustedes El Caso de Thomas Crown (1968)? ¿Se fijaron en cómo Faye Dunaway se chupaba un dedo y acariciaba sutilmente un peón de ajedrez mientras jugaba frente a Steve McQueen, que resoplaba? “La Extraña que hay en mi” se sirve de primeros planos sabaneros, breves inserciones de videoclip, una forma de filmar la cama que inauguró Hitchcock en “Cortina Rasgada” (1966), con Paul Newman y, curiosamente, otra Andreews: Julie.
No sé amigos… yo agradezco las formas sutiles de acercar la intimidad. Y cuanto más lo sean, mejor.
(sigo en spoiler por falta de espacio)
Yo veo cine en la pequeña pantalla de mi ordenador, en una silla de tijera, de madera, algo desvencijada, paradigma de la incomodidad. No obstante, si la película es buena, me olvido de todo. Ahora bien… si he de rememorar con nostalgia el poema “Aparición Urbana”, del mencionado Girondo, escuchando el ridículo recitativo sobre Nueva York que le escribieron a la Foster para el inicio de esta película… es que vamos mal… muy mal. La silla se me clava en todas las vértebras y Melpómene y sus amigas musas se tapan los oídos. Es lo que pasa cuando un guionista de blockbuster se mete a poeta. Por otra parte, el resto de la película alcanza unas cotas de manipulación tan elevadas, que llega a resultar admirable.
La sinopsis ya la conocen la mayoría de ustedes: locutora de radio cambia micrófono por vengativo pistolón después de sufrir con su novio una brutal agresión en Central Park, al que, desde hace años, el cine presenta como una sucursal del Infierno en cuanto cae la noche.
Nace así una nueva heroína del asfalto, habillada con cazadora de cuero y sandalias, un ser nada neumático en comparación a Lara Croft; al contrario: un personaje andrógino que destila tristeza y angustia por los ojos azules de Jodie Foster, lo mejor del film.
Pero yo les hablaba de manipulación un poco más arriba. Esta gente parece indicar que la mucha muerte se ha de justificar con un mucho amor previo. Menuda locura. Para rematar esta idea, ante mi perpleja mirada, se pretende representar que Naveen Andrews y Jodie Foster son los amantes de Teruel. Y por aquí ya no paso. No tan sólo empiezo a sentir que se me duermen el culo y una pierna, sino que una contractura se me solidifica en la espalda al contacto de la rígida madera de mi silla de tijera. Extrasensorialmente, además, percibo que Goethe, el inventor de esta expresión que tanto usamos cuando nos referimos a la “química” entre hombres y mujeres, se revuelve en su tumba de Turingia. Además, la solvencia interpretativa de Naveen Andrews es vacuna, bovina.
Para conocer, hay que comparar. ¿Han visto ustedes El Caso de Thomas Crown (1968)? ¿Se fijaron en cómo Faye Dunaway se chupaba un dedo y acariciaba sutilmente un peón de ajedrez mientras jugaba frente a Steve McQueen, que resoplaba? “La Extraña que hay en mi” se sirve de primeros planos sabaneros, breves inserciones de videoclip, una forma de filmar la cama que inauguró Hitchcock en “Cortina Rasgada” (1966), con Paul Newman y, curiosamente, otra Andreews: Julie.
No sé amigos… yo agradezco las formas sutiles de acercar la intimidad. Y cuanto más lo sean, mejor.
(sigo en spoiler por falta de espacio)
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
El resto: puertorriqueños malvados y asesinos, chinos que venden pistolas de contrabando, adolescentes negros que amenizan (con sus amenazas) los trayectos del metro… Prometedor catálogo de las excelencias de un Nueva York al que presentan reclamando a gritos la Ley del Talión.
Acabo: el final es sorprendente, violento y muy molón. No me quedaba un músculo sano sobre la silla, pero ya he dicho al principio que la manipulación está tan bien urdida que consigue que nos guste lo que no nos va a hacer mejores personas.
¡Es el signo de nuestros tiempos!
Acabo: el final es sorprendente, violento y muy molón. No me quedaba un músculo sano sobre la silla, pero ya he dicho al principio que la manipulación está tan bien urdida que consigue que nos guste lo que no nos va a hacer mejores personas.
¡Es el signo de nuestros tiempos!