Me lo he pasado muy bien con esta familia atípica pero que ojalá fuera típica: la que se rige por sentimientos, huye de las convenciones y llama a cada cosa por su nombre sin importarle los prejuicios (especialmente la madre)... Y no es que sean grandes cosas sino las que están al alcance de todos y a veces por cobardía, pereza o hasta costumbre, ni siquiera nos planteamos. En resumen: agradezco esa ligereza general con más calado del que parece a la hora de enfrentar un hijo ilegítimo, por ejemplo, un entierro con música de guateque, o una caseta en el bosque en vez de un holding inmobiliario... Y también el elegir a quien te haga más tilín aunque tengas un tolón digno de considerar -deslices incluidos-.

Es un cuento, sí, pero los actores cumplen, hay verdad en sus miradas o bondad en las intenciones y ahora mismo, en estos tiempos, como que lo valoro y disfruto con la misma jovialidad que desprenden la dirección y el desenfado del libro. No voy a convencer a nadie que coloque su listón en derroteros más serios y presuntamente cultos, pero la dicha es la dicha si algo se digiere bien y yo l@ he saboreado aunque no fuese caviar -que nunca me ha gustado, por cierto-.