La directora argentina Paula Markovitch aborda en 'EL PREMIO' (su primera experiencia en el largometraje) la fragilidad y la incomprensión de la infancia ante la mentira del adulto. Y lo hace con niños que por fin se comportan como tales. Se agradece mucho el esfuerzo en la dirección de actores y en la escritura de sus correspondientes diálogos.

El filme, que participa en la sección oficial de largometrajes de ficción de L'Alternativa, 18è Festival de Cinema Independent de Barcelona, va creciendo gracias a un guión que raciona la información a favor de la historia, muestra la inocencia en todo su esplendor y nos recuerda que el reino de la infancia es ingobernable. Quizá es ahí donde radica la verdadera belleza de una película tan visualmente poderosa.

Markovitch no pierde el control narrativo de sus planos. El fondo y la forma de sus personajes rebosa cariño y dedicación. Mientras la madre se ahoga en el aislamiento de su casa, la niña toma aire cuando se relaciona en la escuela. Ninguna de las dos sabe cómo escapar: a una le angustia la incertidumbre y la otra se reboza en la arena cayendo duna abajo.

Todo está en su sitio y por eso funciona tan bien. Al menos durante una muy buena primera hora. Después aparece una laguna con escenas demasiado estiradas y la película entra sin apenas fuerzas en el tercer acto. La niña no deja de preguntar a su madre qué significa pesimista. La respuesta llega demasiado tarde no sólo para ella, también para el espectador que ya casi había olvidado la pregunta.

Uno se va a casa con la sensación de haber estado a punto de ganar y sabiendo que no habrá premio para los perdedores. Sería injusto declarar 'El premio' desierto tratándose de una ópera prima bien construida desde abajo que elige no quedarse en la superficie de las emociones.