Los hermanos Sisters

En el cine, como en botica, todo cabe y cualquier singularidad es posible; las irritantes fronteras de los nacionalismos se diluyen como por encanto cuando el talento y el esfuerzo se unen al servicio de la excelencia. De la novela escrita por un canadiense, Patrick deWitt, en 2013 -por si fuera del interés de ustedes Editorial Anagrama la publicó en castellano-, surge un director francés, Jacques Audiart, que la adapta al cine, un actor costaricense (Joaquin Phoenix), dos estadounidenses (John C. Reilly, Jake Gyllenhaad) y un británico (Riz Hmed) que la protagonizan y por si ello no fuera suficiente, nuestro muy particular y bullanguero patio carpetovetónico sirve como escenario para suplir los inabarcables parajes del oeste americano.
De esta bendita aleación nace uno del los westerns -y ruego a los dioses que no sea el último- más sorprendentes, interesantes y atractivos que este cronista haya visto. “Los hermanos Sisters” -su estrambótico título ya llama nuestra atención- es una monumental película donde humor, ironía, brutalidad y ternura se dosifican con tal equilibrio que terminan componiendo una obra de género a la altura de las más destacadas producciones en la historia del cine. Absolutamente todo está calculado, medido y rigurosamente estructurado en esta cautivadora cinta de Jacques Audiard que capta y refleja con prodigiosa sensibilidad y frescura la esencia misma del mejor cine clásico.
Comienza la segunda mitad del s XIX y los peligrosos hermanos Charly y Eli Sisters -Joaquin Phoenix y John C. Reilly-, en plena fiebre del oro, cabalgan juntos durante meses en un agotador viaje desde Oregon a California. En su fatigoso y largo peregrinaje sufrirán todo tipo de peripecias. Charly y Eli no conocen la piedad, matan a la vez que acumulan enemigos y en este círculo vicioso sobreviven desde edades tempranas. Pero a pesar de sus marcadas diferencias y muy complejas personalidades, existe entre ambos un fraternal compromiso de amor y lealtad. Finalmente, contra todo pronóstico, sus correrías derivarán en un viaje iniciático, experimentarán una dolorosa y milagrosa metamorfosis que habrá de devolverlos al calor del hogar materno donde encontrarán paz y redención.
Con un bellísimo final, pleno de sensibilidad e inspirado humanismo, concluye este admirable western. Y no me hagan demasiado caso, pero en la última escena me asalta la sensación de que Audiart rinde vasallaje al gran maestro Ford en “Centauros del desierto”: un fundido en negro después de que una puerta se cierra desde el interior de la humilde cabaña de los Sisters.

Emilio Castelló Barreneche