Todo ser humano necesita un razonamiento o impulso sea de la índole que sea para justificar las acciones que lleva acabo, pero hay un escueto porcentaje en la humanidad que es capaz de vencer esa barrera natural. Si no se está dispuesto a aceptar esta postura excéntrica, es imposible llegar a comprender lo que no pide llegar a ser comprendido, la obra cinematográfica irreverente, alocada y completamente desacomplejada de Hitoshi Matsumoto.

Ajeno a toda pretensión o ansias de reconocimiento por parte de las sensibilidades más agudas, Matsumoto bebe del voyeurismo, el humor japonés y el humor simplón, para crear algo totalmente nuevo que supera sus propias raíces socioculturales. Y simbol tal vez sea la mejor expresión de esta postura. Película donde la trama no es trama ni quiere serlo, donde desde la evolución de los acontecimientos, lo que impulsa a los personajes o lo que les sucede, o no importa o no tiene porque tener sentido. Todo es nada más que una excusa para encontrar el regocijo en la comedia de lo dispar y lo incongruente.

Matsumoto no ruega por el afecto de nadie, pero si se le procesa es imposible dejar de hacerlo.