Es tan austera y fría en su exposición que sorprende el hecho de que las cosas que en ella ocurren capten tanto la atención, porque además trata temas fundamentalmente cotidianos.

Rosales se abstrae de cualquier propuesta escenográfica y logra una extraña atracción con planos fijos y muchas veces alejados, divididos en partes, llegando a separar a los actores que ocupan el mismo espacio.

Este aislamiento estético acentúa el psicológico, en un cine desnudo, despojado de cualquier elemento accesorio, que hace parecer recargado incluso a Kaurismaki, con un realismo cuya aridez formal no obstaculiza que se huela a auténtica vida, aunque en ella lo que se percibe es soledad, frustración y esa deshumanización que cada vez está más presente.