La ópera prima del realizador Anthony Lucero reúne todos los requisitos para una película de explotación de temas que abusan de los estereotipos en tanto la mezcla de culturas, la cocina y mexicanos que residen en los Estados Unidos, y pese a los peores augurios, resultó una refrescante sorpresa.

Cuenta la historia de Juana (Diana Elizabeth Torres), una joven madre soltera que vive en California con su padre, vende fruta en un carrito ambulante mientras su padre trabaja en un almacén y su hija estudia, pero todo se le viene abajo cuando es asaltada y golpeada en su pequeño negocio, quedándose sin nada.

Ante tal situación encuentra trabajo en un gimnasio pero éste no le satisface, hasta que un día aplica como ayudante de cocina en un restaurante japonés quedándose con el empleo, lo que significará retomar su pasión por la cocina y descubrir un mundo de nuevos sabores y posibilidades.

Si bien la película tiene un inicio incierto, donde sobresalen ciertas fallas a nivel técnico, actoral y sobre todo una explotación de clichés de historias de paisanos que sobreviven en el vecino país del norte, promediando el metraje el relato encuentra su centro.

Con todos los ingredientes de una película aspiracional, la película gana mucho en cuanto el personaje principal entra de lleno a la cocina y se encuentra con los nuevos sabores nipones que la llegan a apasionar y obsesionar, los personajes que la acompañan, el padre, y la hija, tienen menos tiempo en pantalla y solo aparecen para dar ciertas notas de humor dosificadas, lo mismo la historia de la chica con su compañero de cocina, historia que se va desarrollando hasta volverse romántica sin elementos melodramáticos y lleno de sutilezas.

Así, ésta discreta ópera prima termina ganándose al espectador de manera noble y digna, una sorpresa que deja un gusto agradable.


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