Lo dicho, que dure. Ya sé que cada vez hay más detractores del maestro Woody Allen. Aquellos que andan por la veintena o treintena quizás les resulte ajeno a su mundo; aunque cuando conoces a los clásicos, estos no pueden resultar ajenos, por ejemplo, para mí nunca lo fue John Ford. Para los más talluditos parece estar de moda decir que ya no es el que era, que solo hace postales, o se preguntan el porqué de tanta producción cinematográfica; una al año a pesar de sus casi ochenta años

Pues por mí que siga. Que siga siendo tan prolífico, que yo no me canso. No me canso de asistir a tanto ingenio desplegado en apenas hora y media; a tanto diálogo brillante que exige la máxima atención para que el deleite de escucharlo sea el esperado por su autor; no me canso, insisto, a una ambientación tan exquisita como la mostrada en este film, por ejemplo, lejos de tanto artificio o efectos especiales, que ya cansan un poquito, aunque no los critique.

Podría seguir pero creo que ya cansaría. No puedo acabar sin hacer mención expresa a la pareja protagonista. Colin Firth está soberbio en su papel de mago desenmascarador de jovencitas que se hacen pasar por médiums, y Emma Stone no le va a la zaga, con un rostro tan angelical que se diría que cuadra a la perfección con esa Costa Azul y esa Provenza de los años 20 que el film de Allen tan bien retrata.