"12 hombres sin piedad" es una de esas películas que no será olvidada nunca por los amantes del cine. Es un ejemplo de cómo hacer un cine de gran altura tan sólo con 12 buenos actores en un pequeño espacio de 40 metros cuadrados. Lo grandioso que tiene este film, es que lo atrapa a uno desde el comienzo, y la película, sencillamente, se nos hace carne, sin poder abandonarla jamás. Nos golpea terriblemente, nos hace reflexionar sobre la naturaleza de los prejuicios, sobre nuestro deber como ciudadanos, sobre la ética y la seriedad con la que encaramos decisiones vitales, como lo es la vida de un ser humano procesado y juzgado por la Justicia. Esta película nos hace reflexionar más allá de los personajes, nos hace tomar partido, nos induce a querer "escuchar los argumentos" que se vierten a favor o en contra de una persona que, para algunos, está condenada más allá de las "evidencias".
Lo que en principio se toma como "un hecho" va transformándose en el transcurso de la cinta, en favor de una "duda razonable". Para los buenos historiadores, por ejemplo, el documento o la fuente es creado por el historiador-profesional, pues es él el que decide qué cosa es un documento y qué no: y ser objetivo con el mismo es lo más difícil que puede haber.
Las actuaciones en "12 angry men" son perfectas: todos encarnan un papel único, muchas veces irritantes para el espectador del siglo XXI, que ha evolucionado bastante en algunos aspectos relacionados con ciertos "prejuicios sociales" (no debemos olvidar que la película es de la década del '50, y tiene más de cincuenta años.
Brindo por el cine de Sidney Lumet, y por su opera prima.