Esta relación casi prohibida tanto por lo social como por lo religioso entre Kamala y Salim es desarrollada como viñetas donde el dibujo nos traslada a una época mística de la india de leyenda, una época de castillos y princesas cautivas; de halcones vigilantes y disputas por el poder que se extrapola perfectamente con lo que pasa en el plano real. Por otra parte, la perspectiva de la vieja Shirley es casi espectral desde su vestido grisáceo hasta la casi nula iluminación de su casa llenas de cuadros de aquel amor prohibido.

En sus secuencias finales Rao hace un formidable símil con ambas resoluciones dramáticas, la ilusión del cine es rota por la realidad cuando Salim muere atropellado por uno de esos autos lujosos que quizá pertenezca a una de esas tantas estrellas que vio en la pantalla grande y la anciana Shirley muere con su viejo vestido de novia cuando esperaba iluminar su vida nuevamente con las velas que decoraban su casa; ambas parejas no lograron la felicidad siendo truncada por lo fatídico; con una Kamala frente al inmenso rio transformándose en la princesa inalcanzable para los infinitos pretendientes que se le aparecerán en la vida cerrando elegantemente el capítulo de su amor con Salim alejando la cámara y mostrando ese inmenso plano general muy revelador. Por otra parte, ella se erige como una mujer verdaderamente libre cuando enfrenta a aquel extorsionador que la chantajeaba con aquel matrimonio forzado en Dubái además de conservar el único amor que le queda, la familia, aquella que no solo se determina por los vínculos sanguíneos sino por aquellos que son capaces de vivir en un espacio de amor como aquel huérfano que la pequeña hermana acoge al inicio.