El habitualmente rancio planteamiento de Garci sale en esta ocasión airoso porque en un género tan tópico como el cine negro, aunque sea a la española, el madrileño se desenvuelve con soltura. Después de una floja presentación del protagonista, que no es precisamente la escena del bistec del “Liberty Valance”, la cosa empieza a mejorar, aunque en algunos momentos los diálogos se muestran demasiado forzados y artificiosos.

Pero el empeño de Garci y la buena labor de casi todos los actores, en especial de Landa, hace que esa retahíla de lugares comunes (boxeo, radio nocturna, prostitución, desengaño profesional, poses hametianas, la sombra de Nueva York…) consigan sobreponerse a la evidente falta de recursos materiales y también, por qué no decirlo, de talento cinematográfico. La historia es sencilla y previsible, se sostiene en los personajes; en eso se parece a los thrillers clásicos. La película tiene un doble mérito por su carácter atípico dentro del cine español, más aun de aquellos años.

Probablemente la película a la que tanto director como protagonista, más deben, porque demostraron que se los podía tomar uno en serio. Luego la cosa no fue para tanto.