Todos tenemos un lado oscuro. Hasta los cinéfilos más empedernidos escondemos esqueletos en el armario. Considero que Stallone es uno de los peores actores de todos los tiempos, una auténtica plaga para los amantes del Séptimo Arte..., pero he visto a escondidas toda la saga de John Rambo, y ahora me voy tragando una tras otra la de los Mercenarios. Es un acto solitario, casi onanista, con ocasionales miradas sobre mi hombro por si alguien me está observando. Río, aplaudo, chillo, me parto el culo, como se dice vulgarmente, y me olvido de ellas mientras aún desfilan los títulos de crédito. En la tercera entrega, la insensatez y el trazo grueso predominan sobre todo lo demás. Hay que ver a Banderas y no creerlo. Cuando se pone a farfullar "El novio de la muerte" creí que me daba una apoplejía. Harrison Ford... Uno teme que la cara se le vaya a resquebrajar de un momento a otro, y en cuanto a Arnie, lo que debió divertirse ganando un pastón durante una semana de vacaciones con sus amiguetes y sus enormes puros. No nos engañemos, lo mejor de la función es Mel Gibson en su papel de malo malísimo. Ahora que los judíos lo tienen proscrito, el hombre se entrega a sus quehaceres con un entusiasmo apabullante. Cuando ves al pobre Sylvester, que no puede ni mover un músculo de tanto botox que se ha metido, encarado con el australiano, es que no hay color. Sé que estoy hablando de basura, pero qué demonios, de vez en cuando te alegra la vida.