Con una intención cercana a Aranoa, Loach y sobre todo inspirada por aquella maravilla de Mungiu (4 meses, 3 semanas, 2 días), Hittman nos recuerda lo que está en juego tras la prohibición del aborto en Estados Unidos.

Una película serena, correcta y emocional en la forma; necesaria en cuanto al contenido. No consigue crear una impronta nueva ni generar iconos, sólo busca empatizar y lo consigue con creces. Es un alegato por la educación, por la comunicación, por la humanidad en tiempos de frialdad y burocracia.

Suceden varias cosas que nos perturban. La primera: tener que abortar bajo unas circunstancias de ignominia. La segunda: la soledad de quien no se conoce casi ni a sí misma. La tercera: el peligro que ha provocado el embarazo reaparece en forma de miedo a una aventura, miedo a ser sincera con quien te ayuda, miedo al compromiso incluso de la amistad.

La conversación con la trabajadora social desmonta cualquier posible argumento cuando descubrimos (ya sabíamos) que las causas son siempre una vergüenza y que se trata de ayudarnos unos a otros.

Y es que se les llena la boca con la libertad menos cuando una mujer puede ser libre.

Te gustará si buscas cine social, cine pequeño de alcance íntimo y si te preocupa hacer de este mundo un mundo mejor.