Tiene el tono justo para no caer en la sensiblería: avanza con paso firme hacia lo convencional de ciertos sentimientos y lo previsible no solo no molesta sino que se disfruta sobremanera. Es la voluntad de sincerarse lo que hace de la realización un prodigio de romanticismo que encanta y no da vergüenza compartir, empatizar.

Los actores son espléndidos y la puesta en escena permite el disfrute de una travesía por el médico rural con una especialidad nada frecuentada en el cine: la de los veterinarios en medio de las dificultades de la precariedad habitual en los argumentos urbanos.

Todo se desarrolla con la fluidez de un corazón a destiempo que va encontrando su camino con Noémie Schmidt en un trabajo espléndido en el se unen su belleza carismática con el empeño en componer personaje que atraviesa muy diversas situaciones.

El reparto es óptimo y el recorrido suscita sonrisas de comedia clásica sin miedo a tropezar con la bondad como una de las bellas artes... entre animales que también fascinan.