Como si de una bajada a los infiernos se tratase, la relación entre el protagonista, personaje genuino dónde los haya, y su clienta, una mujer tan ocupada que sólo la conocemos a través del teléfono, nos moja, nos ensucia y nos pierde por completo, quedándonos hipnotizados en un suspense de la más alta categoría. Caray, ¡Esto es mimo para con una historia!

Posteriormente, una vez descubierta parte del pastel, "La mejor oferta" vira hacia un romanticismo obsesivo que, si bien sigue funcionando, son aguas conocidas; para luego explosionar en el remate final, que, este sí, aboca a la película en el cajón de lo común, de lo comercial. Lo de antes era algo único, esto no tanto. Ojo, aún con eso, "La mejor oferta" no baja del notable porque es una película muy bien hecha, muy bien desarrollada y con ingenio para parar un tren. No creo que, ni el espectador más apático, no sienta curiosidad para saber cómo avanza esta relación y cuáles son las verdaderas intenciones de todos ellos.

Geoffrey Rush está pletórico, el tipo saca todo su poderío a pasear. Le acompañan Jim Sturgess y Donald Sutherland, dos actores fascinantes. En el otro lado de la balanza encontramos a Sylvia Hoeks, un error de casting garrafal. Además de su discutible talento, lo del señor de sesenta que se enrolla con la chicha de treinta ya hace un tiempo que me cuesta admitir. Por mucha coproducción entre Italia y Estados Unidos que sea, "La mejor oferta" es eminentemente británica. Tiene el tono, el estilo, supongo que la ubicación y, sobre todo, algo que no puedo decir aquí*(1). Estéticamente, está cuidada hasta el máximo detalle, destacándose la epatante habitación pintada.

Mención de honor para la dirección. Guiseppe Tornatore se despoja de los quilos y quilos de cursilería con los que nos abofeteó en "Cinema Paradiso" y saca su lado más perverso, demuestra un talento para crear suspense y, también, para darle alma a unos personajes torturados. Todos nos recuerda al mejor Polanski.