Es el año 1700 y tanto. Es el palacio donde la reina Ana Estuardo (y sus ministro y consejeros) deciden los destinos de Inglaterra.
Es en especial sobre la continuidad o no de la guerra contra Francia. Inglaterra tiene una posición tomada que la favorece, el dilema es detenerse allí o seguir avanzando, esto último a costa de la vida de muchos hombres y de mucho dinero. Hay ministros que se oponen y otros que alientan los oídos de la reina para que siga la guerra.
Pero todo esto, paradójicamente, es lo que menos importa, porque en este film es la guerra de, parafraseando al director Edgardo Cozarinsky, de una sola mujer.
Y esa mujer es una antigua noble, devenida en sirviente, pero que no pierde en su fuero íntimo su estatus perdido y está dispuesta a todo por recuperarlo y con creces…
Así, con sus armas que son la sutileza y la perspicacia pasará de lavar platos en el palacio donde ha llegado recientemente a ganarse el favor de la reina. Esto a costa de desplazar a la sempiterna consejera al punto de lograr que la expulsen para ganar ese lugar de privilegio.
Claro que esto no ha sido gratuito, todo se puso en juego en pos de ese triunfo.
¿De veras crees que has ganado? Le dice la antigua confidente de la reina a la nueva y triunfante : Pregunta sin sentido cuando vemos que ese triunfo es categórico, pero la respuesta viene al final, ha sido en verdad un triunfo pírrico, y no es casual que así sea en una película dirigida por un griego como lo fue Pirro y su frase famosa: Ha ganado la batalla pero perdió la guerra.
En verdad va más allá : Nadie ha ganado, y así lo muestra el final en la desolación de las tres mujeres en disputa: la reina, su antigua amiga y consejera y su actual favorita, quien con su rostro final parece decirnos “llegue a la cima! …y ahora… qué? ”
Existencialismo puro.