Click here to copy URL
Spain Spain · santiago de compostela
berenice rating:
10
Romance. Drama The family of a Parisian shop-owner spends a day in the country. The daughter falls in love to a man at the inn, where they spend the day.
Language of the review:
  • es
February 25, 2013
3 of 4 users found this review helpful
“De los álamos vengo, madre, de ver cómo los menea el aire…”, decía una joven doncella en un viejo madrigal español. El amor y la Naturaleza. No quedaban dudas de quién meneaba realmente. Pero, ¿quién se podía resistir a la gozosa exaltación, a la voluptuosidad confusa, a la concupiscencia tan feliz de los días ya lejanos de aquellos veranos? Muchos años después de aquella doncella, y muchos años antes de nosotros, Henriette seguía inflamándose con ese vago fuego, que no sabe explicar a una madre que comprende. Como le toca el chico fino de bigotito, diremos que su pasión es apolínea; el ruiseñor hace su aparición en el momento cumbre, es un ave emblema del influjo que la Naturaleza provoca en las criaturas jóvenes y hermosas. El querido “nachtigal” de la poesía romántica alemana, que usaron tantos escritores para el mismo propósito, (“Entre naranjos”, de Blasco Ibáñez, me viene a la memoria como ejemplo sublime). Mientras, la madre se deja inflamar también, esta vez por un fauno dionisíaco que danza, lascivo, soplando unas ramitas con forma de aulos, y ella ríe escandalosa, mojando sus lastres burgueses en el mismo jugo de exaltación emocional. Este cortejo feliz a lo largo de las riberas de un río francés, luminosas, exultantes, pertenece a la mejor historia del cine de todos los tiempos, y provoca en mí tanto la alegría como la punzada nostálgica, consciente de que no es más que una instantánea impresionista. ¡Ay, los ríos de verano! Los que no vivieron en ellos veranos felices con la familia, con las primas, con las amigas de la hermana... no entenderán jamás esta película… Aprovecho para homenajear a los dos ríos de mi vida, el Cabriel y el Eume, pero cualquiera pudo poner su corriente al servicio de la felicidad, antes de que los peces supieran a petróleo. ¡Ay, los oscuros y profundos ríos de Maupassant, a menudo no tan felices como el de esta película…! Sus rápidas corrientes son el tiempo que pasa sin vuelta; en el film de Renoir, curiosamente, la corriente dobla su velocidad en la escena de la tormenta, sin duda una de las transiciones más hermosas y poéticas que se hayan podido contemplar.
No nos olvidaremos de los hombres burgueses, tratados con torpeza pero con cariño. Su universo es el de la lentitud báquica. Embriagados en los vapores del alcohol, no entienden nada, y hablan de cómo atrapar peces sin entender que a su lado se produce una explosión de luz. Maravilloso trasunto de Stan Laurel y Oliver Hardy, con rebuscado parecido físico.
Lo de Renoir no es calvinismo, precisamente. Lo suyo es el gozo. No controla en ningún momento las explosiones, de luz, de alegría, de música, como la que se produce cuando se abre la ventana del restaurante, o la de los columpios. Sé que voy a decir una tontería, pero esta película tiene los colores más hermosos del mundo, aun siendo en blanco y negro. Como dice un amigo mío: “Ay, si no fuera por estos raticos”. Con ellos nos iremos consolando, deseando no tener que pensar en ellos todas las noches, como la pobre Henriette.
De verdad, el cine tiene poquitas obras maestras, muchas menos de las que señalamos, precipitadamente entusiasmados tantas veces, los usuarios de FA. Pero esta es una de ellas. A disfrutarla, a saborearla, a paladearla. Absolutamente maravillosa.
berenice
Did you find this review interesting and/or helpful?
arrow