El debut de Ridley Scott (Gladiator, Blade Runner, Alien) en el mundo del cine fue con un drama de época. Los duelistas (íd., 1977) es una absorbente película que brilla por su forma, tremendamente estilizada. El director británico, que se estrenaba en Hollywood ya con cuarenta años, cuenta la historia de dos oficiales del ejército francés que, durante la época napoleónica, se baten periódicamente en duelo para resolver una disputa que comenzó por motivos absolutamente banales. Los actores americanos Keith Carradine y Harvey Keitel dan vida a estos dos militares que, de la noche a la mañana, se convierten en enemigos íntimos e irreconciliables.

El personaje de Gabriel Feraud resulta tremendamente interesante, representa lo que hoy en día en Internet llamaríamos un troll, alguien dispuesto a molestar por molestar, sin tregua ni descanso, con el único fin de fastidiar al otro. Apenas dispone de diálogos a lo largo de la película, cuando se encuentran, una mirada basta para saber que su único deseo es acabar con el otro, cueste lo que cueste. La ira le consume. Además, prefiere hacerse la víctima.

Es por ello que el director Ridley Scott nos sumerge en la historia a través de los ojos de D'Hubert, todo el relato se cuenta desde su punto de vista, así el espectador siente como propia la confusión y las dudas que asaltan a este personaje cada vez que debe jugarse el pellejo con el único fin de mantener su reputación intacta a base de espadazos. Aunque esta forma de resolver las disputas suene muy alejada de nuestro tiempo y valores, cabe decir que en Francia se celebraron esta clase de duelos hasta el año 1967, cuando dos diputados se enfrentaron a muerte después de que uno de ellos insultara al otro en plena sesión parlamentaria (¿se imaginan a nuestros políticos resolviendo así sus diferencias?). Aquel enfrentamiento se saldó con la retirada de uno de ellos, pero nos da una idea de como el concepto de honor se puede defender hasta las últimas consecuencias.

En Los duelistas es admirable la adrenalina que destilan las escenas de lucha, impecablemente ambientadas y rodadas. Es lo mejor del film. Scott, un director venido del mundo de la publicidad, demuestra gran talento en el manejo de los elementos en pantalla, como años más tarde todo el mundo vería en aquellas secuencias de combate en el coliseo romano de Gladiator. Como punto negativo, la película peca de abrir demasiadas subtramas y no cerrar adecuadamente ninguna, en particular la historia de amor entre Armand D'Hubert y la mujer a la que acoge en su casa. Ciertamente esto se debe también al escaso metraje del film, de apenas 100 minutos.

CONCLUSIÓN

Esta película resulta interesante de ver por lo especial de su atmósfera, muy influida por otro drama de época estrenado dos años antes, Barry Lyndon (Stanley Kubrick, 1975). No llega nunca a ser tan magistral como aquella, pero encierra escenas de gran interés. En particular destaco el fallido duelo en las heladas estepas rusas y el duelo final en los bosques franceses, que te mantiene sin pestañear. El desenlace, bastante sorprendente, te hace incluso empatizar con el personaje interpretado por Harvey Keitel, que a lo largo del metraje resulta bastante odioso.

Una delicia visual aunque carente de profundidad, la película me ha gustado. Ha aguantado correctamente el paso de los años. En su día ganó el premio a mejor ópera prima en Cannes, a mejor director extranjero en los premios de la academia italiana y fue nominada a mejor fotografía y vestuario en los BAFTA.

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