"Puedes huir del dolor. Pero el dolor te alcanza".
Quizás esa frase condense toda la esencia de este, ante todo, poético y hermoso drama romántico. Si esperan hallarse ante una película de terror, en el sentido más simple y tradicional, les advertiré que no se ciñan a la etiqueta que se le ha impuesto, porque éste no es en absoluto un largometraje de "terror". Es una creación mucho más profunda, inquietante y conmovedora, una obra de arte lírica plasmada en imágenes, sonidos y sensaciones. Como un delicado tejido que se ha compuesto con fibras del corazón, con los colores del alma y las partículas de todo aquello que más tememos, de todo lo que nos causa dolor.
Se me ocurre para el caso una de esas frases inmortales que trascienden los tiempos porque definen con certera puntería la naturaleza humana: "El hombre es un lobo para el hombre". No hay mayor depredador.
Un misterioso enigma se oculta tras la amenaza del bosque de Covington. Casi ninguno de los habitantes de la aldea osa adentrarse en sus aterradoras profundidades. Más allá de la seguridad de los límites de la aldea, el resto del mundo se perfila como un monstruo desconocido, impreciso y amenazador, algo así como las puertas del infierno que se tragan a quienes se adentren en ellas.
Los habitantes viven aislados, en su engañosa sensación de seguridad, convencidos de que lo que hay más allá sólo conlleva el terror y la muerte.
"No se puede huir del dolor". No se puede escapar del destino. Aunque intentes eludirlo, el destino te persigue y te alcanza, hagas lo que hagas. Son inútiles todas las precauciones, todas las absurdas defensas que queramos construir a nuestro alrededor. No podemos evitar nuestro devenir humano, en el que cabe todo lo bueno y lo malo de este mundo. Las mayores alegrías y los más terribles pesares.
Ellos lo saben. Saben que, por más que se empeñen, no pueden escapar al dolor. A la incertidumbre. A la inseguridad de esta vida que es como un soplo, que es un don frágil y perecedero. No pueden cerrar los ojos a los vientos que soplan desde los confines de la tierra, trayendo el cambio y la erosión, la eclosión y el fin, un ciclo perpetuo que constantemente se renueva.
"El mundo se mueve por amor. Se arrodilla ante él con reverencia".
Una noche de niebla espesa, tan espesa que apenas se intuyen las sombras al otro lado, ocultando la vastedad de lo desconocido, un corazón de ordinario reservado habla por fin, sin reparos. Y de un rostro cincelado por las manos de los ángeles, sumido en la penumbra, se desliza una lágrima que al caer brilla con el fulgor de la noche y de la niebla, trayendo un destello de esperanza, de futuro y de todo lo bello que reúne la condición humana.
Sigo en el spoiler.