Es complicado saber que le pasa a un director para hacer su tercera película, tras sus notables primera y segunda, con 20 y 25 años de diferencia. Sin duda Malick ha cambiado, y el director de cine con estudios de filosofía, es ahora un filósofo que hace cine, y que quizás necesitaba este silencio para encontrar su sitio.

No obstante, y a pesar de los mensajes que el film nos va desgranando, esta es una muy buena película de acción, con una gran batalla (Guadalcanal) que ocupa buena parte del film, primorosamente rodada y con un ritmo excelente. Pero Malick, a diferencia del resto del cine bélico, no solo busca entretener y mostrarnos la crudeza de la batalla, para él lo importante es el hombre y la naturaleza, y como esta asiste al espectáculo de unos hombre que deciden matarse en vez de darse la mano.

Todo esto con múltiples matices, tantos como personajes aparecen en la película, con sus motivaciones, anhelos, miedos y actos, pero todos participes, en el escenario de la mayor exhuberancia natural que se pueda encontrar, de esa danza macabra, esas tinieblas, que Dios permite, sacrificando a su mesías, Caviezel, y es que la religión, el misticismo, Dios es invocado, y asiste a la ceremonia sin hacer nada.

Un acto de amor al hombre y la naturaleza, a la pérdida de una inocencia, que ya sólo poseen algunos pueblos indígenas, la importancia del amor, y el miedo ante la muerte, que lo tiñe todo, y que a todos iguala, buenos o malos, al final, el hombre no es nadie frente al grupo.