No soy muy partidario de hacer críticas de series que todavía permanecen “vivas”, pues una crítica muy positiva ahora puede convertirse en una negativa después, si hay alguna temporada más floja que otra. Después de ver las cuatro temporadas de “Prison Break”, estoy en condiciones de hacer una crítica de la serie de forma globalizada, y el resultado final no ha sido nada malo.

Desde luego, y con mucha diferencia, la primera temporada de la serie de Scheuring fue la más espectacular de todas, pero me quedó empañada por un hecho que mucha gente comprenderá: la empecé a ver dos o tres días después de acabar “Breaking Bad” (2008) y claro, aún con el “mono”, no supe apreciar la calidad de “Prison Break” hasta bien entrada la primera temporada. De hecho, los primeros capítulos me parecieron interesantes pero superfluos, pero supe quitarme el pañuelo de Heisenberg que tapaba mi sentido crítico y pude disfrutar de un guion muy bien elaborado, unos personajes de lo más curiosos e interesantes, y la trama antes superflua me pareció cada vez más original y, sobre todo, adictiva.

Pero “Prison Break” se convirtió en un chicle en sus siguientes temporadas, en las que se repetía la misma estrategia en cada capítulo: Michael Scofield (Wentworth Miller) sigue haciendo gala de su portentosa inteligencia para salir de los mil y un bretes que le ponen los guionistas, pero ya de forma muy mecánica. Especialmente floja es la tercera temporada, en la que los personajes caen en la más absoluta de las rutinas y cuesta reengancharse por la escasez de ideas que remonten la serie de alguna manera. Al acabar esta tercera temporada dudé bastante en continuar con la cuarta y última, pero no me gusta dejar las cosas a medias y retomé la serie casi un mes después.

Su cuarta temporada, ya muy lejos del espíritu inicial de la serie, me pareció curiosamente superior a las dos anteriores y me volví a enganchar. La trama de Scylla no es nada original, pero los guionistas supieron darle sal y pimienta suficientes a cada personaje para hacer las subtramas entretenidas y para lograr una coherencia increíble en un guion que parecía un verdadero rompecabezas.

Además de la efectividad de los guiones, la serie cuenta con unos personajes con unas personalidades diseñadas para dar bastante juego: Michael Scofield, el cerebrito, correctamente interpretado por Wentworth Miller, su hermano, el hosco Lincoln Burrows (Dominic Purcell), Sarah Wayne Callis, Amaury Nolasco… y el más notorio y destacado de todos ellos, el despreciable T-Bag, magníficamente interpretado por Robert Knepper.

Buena serie para pasar un buen rato, aunque le sobren por lo menos dos temporadas.