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Hacia la felicidad

Drama Stig y Martha Eriksson forman una joven pareja de violinistas que tocan en la misma orquesta. Mientras Stig ensaya la novena Sinfonía de Beethoven, el joven violonista se entera de la muerte accidental de su mujer. Una vez en casa, Stig recuerda su encuentro con Martha, así como momentos privilegiados de su felicidad pasada. (FILMAFFINITY)
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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
15 de diciembre de 2010
26 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película de las especiales, digna de ser vista con calma reflexiva, acerca de un hombre y una mujer, ambos violinistas profesionales que tocan en una orquesta sinfónica; sobre el matrimonio clásico de lo femenino con lo masculino y los frutos que engendran; sobre los besos y los “no me toques”, las comprensiones e incomprensiones; sobre el amor con sus altos y bajos naturales; sobre "la felicidad o alegría" (que no suele ser la de las risotadas u otras igualmente convencionales y superficiales que se cree la gente).

El filme recrea maravillosamente lo que es un matrimonio, un hombre y una mujer unidos por una autoridad civil o religiosa con el fin de complementarse existencialmente, formar una familia en el sentido básico y fundamental de la palabra, cuidar uno del otro y de los hijos que llegan. Pero lo que hace de este matrimonio una pareja verdaderamente llamativa y adorable es lo que se necesitan Stig y Marta, lo que se atraen, lo que se extrañan, lo que se quieren uno al otro a pesar de las traiciones y cobardías de uno de los dos; y también el existencialismo vital que exhalan tanto ella como él, característica que desde un principio es la que más les une (yo diría que les matrimonia más que la música), les compenetra, les empatiza.

Las siguientes frases de diálogo entre este hombre y esta mujer, a lo largo del desarrollo en blanco y negro de la película, son ejemplos de la triste-alegría o alegría-triste que ambos tienen como idiosincrasia individual y que una vez casados les amalgama como seres hechos el uno para el otro:

"Uno crea cuando se siente desdichado" (dice Stig).

"Me gustaría enterrarme profundamente para que nada me afectase" (dice Marta).

"Pero tú eres feliz" (le dice Stig a ella). "Digamos que al menos lo aparento" (le contesta Marta a él).

"Hay tanta miseria, laxitud e indiferencia en el cuerpo y mente".

O sea, la película trata sobre la "felicidad o la alegría", la real y humana, que por muy lograda que sea en las personas suele estar horadada por "infelicidades o tristezas" casi constantes. Es decir, que la "felicidad o alegría" son momentos puntuales en una habitual "infelicidad o tristeza", que es lo más habitual, lo que más abunda en la vida de cualquiera, incluso del más "feliz, alegre o dichoso".

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Fej Delvahe
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22 de junio de 2006
18 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Escrita y dirigida por Ingmar Bergman, "To Joy"es una de sus películas menos conocidas. Se rodó en exteriores de la costa sur de Suecia y en estudio.

La acción tiene lugar en Suecia a lo largo de 7 años, desde 1942 a 1949. Narra en flashback los recuerdos que evoca en Stig Eriksson (Stig Olin) la súbita noticia de la muerte de Marta (Maj-Britt Nilsson) desde que la conoció, cuando ambos entraron a fromar parte de la misma orquestra como violinistas, hasta su última conversación.

La película explora los momentos de felicidad del matrimonio, la alegría con la que recibieron el nacimiento de los hijos, la confianza e intimidad que les fue uniendo cada vez más, el apoyo que recibieron de los amigos, entre ellos Mikael Bro (John Ekman), y de su pasión compartida por la vida que germina a manos llenas y florece en el campo. El paso del tiempo hace emerger problemas de pareja, conflictos derivados de ambiciones personales mal administradas y de las infidelidades de Stig con la bella y joven Nelly Bro (Margarit Carlqvist). El realizador vuelca en el film el arrepentimiento por los errores propios, que codujeron al fracaso su segundo matrimonio, el mundo de sus sentimientos contradictorios, la comprensión que recibió de ella y los esfuerzos que quiso realizar para salvar una relación que recuerda con gratitud y emoción. Las diferencias matrimoniales dan lugar a actos de violencia física contra la mujer, a reproches, arrepentimientos y perdones y a una sucesión intensa, de extraordinaria intensidad dramática, de discusiones que recuerdan las escenas de peleas familiares del teatro realista de August Strindberg, también de inspiración autobiográfica. El realizador se sirve del flashback para desgranar de un modo iealizado una historia de amor rica en oportunidades, pero limitada por el egoismo de Stig y sus infidelidades, frente a la comprensión y generosidad que le brindó siempre Marta. A ella la recuerda envuelta en un halo de superioridad moral, de agradecimiento, admiración y devoción.

La música es de Beethoven (1ª y 9ª Sinfonías), Mozart, Mendelssohn y Smetana. El "Himno de la alegría", de la 9ª, abre y cierra la obra. La fotografía, de Gunnar Fischer, colaborador habitual de Bergman en los últimos 40 y en los 50, desarrolla una narración visual potente, intimista y de un realismo sobrecogedor. El guión desarrolla una historia de amor más dramática que romántica, que construye con habilidad poco común. Las interpretaciones de los 2 protagonistas es acertada y convincente. Destacable la intervención de Victor Sjöström, actor y director, en el papel de Sönderby. La dirección evoca los temas constantes de su filmografía, como la muerte, la infidelidad conyugal, las dificultades del amor, la ternura de los niños y la trascendencia del arte.

Película de excelente música, notable intensidad dramática y muy notable narración visual. La buena música es para Bergman un medio poderoso para reconciliarse con la vida en los buenos y malos momentos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Miquel
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22 de mayo de 2006
12 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hacia la felicidad es un título demasiado extraño para esta hermosa y triste película. La relación entre la estupenda Maj-Britt Nilsson y Stig Olin es digna de aplauso. Uno de los tipos más detestables que una mujer puede encontrarse, es el objeto de deseo de nuestra protagonista. Y la chica le permite todo. Y claro, el tío se aburre y se busca una amante y ambiciosas ideas comienzan a recorrer su pequeño cerebro de mandril, sin darse cuenta de que lo único que de verdad importa es la pedazo de hembra que tiene delante, que le ama por encima de todo.
Pero nuestro amigo es un cascarrabias que se empeña en viciar todos los aspectos de su vida con la llamada infelicidad que parece perseguir. Luego se cree el puto amo en esto de tocar el violín y a regañadientes de su director de orquesta, el siempre magnífico Victor Sjöström, la caga como solista en el famoso Concierto para violín de Mendelssohn durante el segundo acto. Su mujer observa la caída del amado desde la distancia. Me parece una secuencia maravillosa y llena de ternura. Lo cierto es que la cinta atesora momentos preciosos de amor entre hombre y mujer. La interpretación de la esposa es el motor de la obra en la que el amor verdadero es mostrado con fuerza y fragilidad a partes iguales. Lo que me deja perplejo es la resolución final. Bergman patina cosa fina aquí, y no es de recibo como termina la historia. Al menos para un servidor.
Bella película cuya maravillosa música acompaña los acontecimientos de una manera más atrayente y seductora.
Txarly
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6 de marzo de 2023
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Senda espinosa de unión sentimental. Ego con curas de humildad. Vendas de amor. Atajos con diversión desleal. Desgaste por acción y reproche. Lágrimas temerarias reclamando castigos merecidos. Vida, entrega. Desconexión heroica vagando en su miserable justificación. Pesar póstumo que desgarra. Compañía del recuerdo.

Bergman compone su historia desde el cariño y la empatía. Acostumbra a la audiencia. Se idealiza. Melodrama con mesura. Recursos que desordenan; armónicos y amenos. El apartado visual es precioso, el musical mágico.

Escalando vida. Consumiendo tiempo.
La puerta de Tannhäuser
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22 de enero de 2017
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vaya por delante que pretendía hacer un programa crítico doble con la sesión doble de Hacia la felicidad y La vergüenza, que aún estoy viendo. Sin embargo, apenas acabé de ver Hacia la felicidad me dije que sería casi un insulto diluirla críticamente junto a La vergüenza, mucho más conocida y alabada que esta película de juventud de Bergman, rodada en 1950, es decir, 18 años hay entre ambas, porque La vergüenza, con dos actores emblemáticos de Bergman Max von Sydow y Liv Ullmann, fue rodado en 1968. Estéticamente, sin embargo, hay una continuidad clara entre ambas, porque la composición del plano, el uso del primer plano, a veces del primerísimo, el blanco y negro contrastado, la profundidad de campo, y los cuidadísimos enfoques, amén de la puesta en escena, sobre todo en interiores, en modo alguno permiten hablar de la pertenencia de ambas películas a “épocas” diferentes del director. Ya hemos comentado con anterioridad otras obras primerizas de Bergman y si algo destaca en su cine es la sorprendente madurez con que se inició en él. En Hacia la felicidad no es casual que se rinda tributo al gran director del cine sueco, Victor Sjöström, que tiene un destacadísimo papel como, ¡y de qué si no!, director de la orquesta en la que entran a trabajar ambos jóvenes al mismo tiempo, sin que ello tenga que ver con el extraño acercamiento amoroso que ambos viven. Y digo extraño porque parecen constituir una pareja muy renuente a formarse como tal, y en la que la insatisfacción de quien se cree poco menos que un genio del violín contrasta con la humildad de quien se reconoce, ella, artesana de un oficio milenario, sin pretensión ninguna de un protagonismo para el que no se reconoce capacitada. Poco a poco, sin embargo, a partir de una fiesta en la que él hace el ridículo de un modo espantoso, liberando su oculta personalidad mediante la ingesta de alcohol, se va anudando entre ambos jóvenes una relación que ella va empujando, sutilmente, hacia el matrimonio, primero, y hacia una paternidad que el rechaza radicalmente después, máxime cuando tarda más de tres meses en enterarse para impedir la posibilidad de abortar, algo que ella ya había hecho en su primer matrimonio. Decidida a tener la criatura -al final tiene gemelos-, la relación se enfría entre ambos y comienza una época de distanciamiento que coincide, por un lado, con su debut como violinista solista, y, tras su fracaso como tal -y la escena de ese fracaso, que se vive desde la perspectiva de ella, arreglada como para asistir a un baile de gala, en una sala superior de la sala de conciertos, desde la que ve, en picado, el fracaso de su marido, con una aventura extramatrimonial en el círculo perverso del matrimonio de un viejo tolerante con una esposa joven, aquejada de una cierta ninfomanía comprensible. En esa casa que frecuenta regularmente acabará encontrándose con un compañero de profesión que cortejó a su mujer hasta que esta comenzó a sugerirle la idea del matrimonio, momento en que él prefirió dar un paso atrás. El desdichado violinista, a quien le cuesta dios y ayuda reconocer su escasa valía, la cual ve como una maldición del destino que se ceba en su carácter de soñador poco dado al duro trabajo, atraviesa algún momento de felicidad resignada, bajo la égida del director de orquesta, que se convierte en testigo de la boda de ambos y en protector de la familia, el mismo que, frente a la acusación de “fracasado” que le lanza el violinista, responde con que los zánganos son más que necesarios para la existencia del panal, y él, el violinista haría bien en reconocer sus limitaciones y alegrarse de contribuir, con los demás, a la magia del hecho musical, de la perfecta armonía de instrumentos tan distintos. El deterioro de la vida matrimonial de los protagonistas, cuando ella sabe de su aventura sexual, está filmado con una tensión neorrealista que no excluye el uso de la violencia machista en una escena de espectacular dramatismo que conduce a la separación de facto de ambos. A partir de ese momento, cuando el marido complaciente de su amante está agonizando y le dice, en nota manuscrita, porque un ictus le impide hablar, que no se deje atrapar, se inicia una reconciliación con tanto poder lírico -ella, inquieta como una novia primeriza, cuando va a recibir en la estación a su marido después de un largo tiempo de separación; él, tumbado en el banco corrido del tren, recreando los poderosos atractivos de con quien fue feliz y le deparó un profundo placer- como dramática va a ser la conclusión de ese breve periodo en sus vidas, porque, nada revelo, puesto que la película se estructura como un flashback tras recibir el violinista, en un ensayo, la noticia de la muerte de su esposa, esta y su hija mueren por la explosión de una estufa de queroseno. Por cierto, el momento en que se le requiere que vuelva a su domicilio para ser puesto al corriente del trágico suceso, la cámara se acerca lentamente al auricular del teléfono que el protagonista ha dejado en la repisa de la cabina telefónica y, a través de un primer plano del auricular descolgado, se escucha el sollozo de la persona con quien el protagonista ha hablado.
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Juan Poz
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