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Los caníbales

Drama Milán se ha convertido en una ciudad desierta y espectral; las calles y las plazas están sembradas de cadáveres. Los militares, pertrechados para la guerra, están presentes en todas partes, y la gente camina impertérrita sin reparar en los cuerpos sin vida. Las autoridades han ordenado que los cadáveres de los disidentes y rebeldes queden expuestos en las calles para que sirvan de ejemplo y no se vuelva a producir otra rebelión. ... [+]
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
27 de agosto de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Terminando de ver “I Cannibali” (1970) de Liliana Cavani con Pierre Clémenti, Britt Ekland, Tomas Milian, Francesco Leonetti, Delia Boccardo, entre otros. Drama italiano del tipo “Art House” y reelaboración del drama “Antígona”, la tragedia griega de Sófocles pero en formato de alegoría política radical; sobre una pareja que busca “enterrar a los muertos” rebeldes expuestos en las calles que luchan contra el sistema. Los personajes, que llevan incluso los mismos nombres de la obra griega, viven en una Milán moderna y reconocible que ha perdido la empatía, la libertad, la sensibilidad y la cordura, sugiriendo claras simbologías políticas relacionadas a la corrupta aberración del poder, de gran fuerza dialéctica en sus imágenes, criticando la estructura de una sociedad represiva, con metáforas y secuencias de considerable sugestión representativa, donde el fuerte realismo de las imágenes, está acompañado de la música de Ennio Morricone, y una canción muy pegadiza cantada por Don Powell. Del reparto, Britt Ekland, una de las mujeres de Peter Sellers; y el “pasoliniano” Pierre Clémenti, que había salido recientemente del hospital por su abuso de drogas, tienen inquietantes actuaciones; sobre todo Clémenti por sus similitudes “crísticas” De hecho, todo el filme tiene motivos similares a “La Pasión”; destacando también al gran Tomas Milian, que es más un cameo sobre la descomposición social; y al también “pasoliniano” Francesco Leonetti. Lo absurdo de la producción viene de la realidad: ¿Por qué los cuerpos esparcidos en todas partes, nunca se descomponen? Lo cierto es que no importa, pues son el símbolo recurrente del mal, del Estado Totalitario, las consecuencias de la represión y la falta de libertades; por ello, “Los Caníbales” del título son ambiguos, en una obra literalmente alegórica, que no resuelve nada, pero que forma parte del montón de obras producidas en el mismo periodo, señalando el mismo compromiso político. Nos queda dar “muerte a quienes entierren a los muertos”, como quien dice, “castigar la rebeldía y continuar la represión”
NO RECOMENDADA.
NO tendrá nota en Lecturas Cinematográficas
http://lecturascinematograficas.blogspot.com/
Alvaro Zamora Cubillo
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25 de octubre de 2019
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pesan los años, como una losa, sobre este cadáver cinematográfico que sorprendentemente ni apesta, ni se descompone; al menos en la pantalla.
Descubro el nombre de un jovencisimo Amelio, hoy injustamente olvidado y que aquí comenzaba su andadura como ayudante de dirección.
Pasolini y su sombra se pasean durante la proyección, es indudable. Pero curiosamente, apesar del vergonzante y trasnochado tufillo «pseudo-popero» que nos escupen una y otra vez durante la película, vislumbramos el futuro. Vemos al Pasolini de su nefasto «Salo» o al Ferreri de «Adios al macho» en un puñado de nada despreciables escenas; sádicos prismáticos, cuadrúpedos cuerpos desnudos sometidos al poder militar, castraciones asistidas y demás ultrajes y humillaciones al cuerpo (eso si, no hay fluidos vertidos/ausencia de rojos, amarillos o marrones).
La diferencia, es clara, unos pocos años separan la ingenua candidez revolucionaria post sesentayochista, del nihilismo suicida «cul-de-sac» pre-ochentero.
Allí los cadáveres sangraban, olían a heces y orin, en definitiva, descubrían su putrefacción.
LoGoRo
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7 de julio de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Por qué un personaje como Antígona, surgido en el siglo V a. de C., continúa teniendo tanta vigencia aún en el presente?

Lo primero que se me ocurre para responder esta pregunta, es que para casi nadie queda ya duda alguna de que la obra, “Antígona”, como su antecesora, “Edipo Rey” -de la que aquella se desprende-, son las dos obras maestras que nos legara el dramaturgo trágico Sófocles (Σοφοκλῆς). La vitalidad de estas historias, la fuerza y profundidad de su lenguaje, y la especial personalidad de sus protagonistas, nos envuelve por completo hasta dejar una huella imborrable en el alma.

También creo, y quizás ésto sea igual de importante, que Antígona surge como uno de los más antiguos ejemplos de mujer combativa, dispuesta a defender y luchar por sus principios aunque el mundo entero se le venga encima. Lo que ella cree y siente que es justo -marcado por una profunda espiritualidad y aún en contra de las leyes humanas- lo asume de manera incontenible, y a ello apunta todos sus esfuerzos porque, los impulsos de su alma sólo la muerte puede contenerlos. En este sentido, Antígona es un magnífico ejemplar femenino que, a muchas generaciones de mujeres ha tocado y servido de ejemplo libertario.

La primera y muy calificada adaptación cinematográfica de esta inmortal obra, la hizo el griego Giorgos Tzavellas, en 1961, y luego fue la controvertida directora italiana, Liliana Cavani, quien se inspiró en el personaje de Sófocles para hacer su singular película, <<LOS CANÍBALES>>.

En versión muy libre, el guion, escrito por la propia Cavani, en compañía de Italo Moscati, apunta a recrear a Milán como una ciudad distópica, donde los rebeldes están siendo ajusticiados y las calles y parques lucen atestados de cadáveres que nadie se atreve a recoger, pues, el gobierno por medio de carteles ha anunciado: “Muerte a quien toque los cuerpos de los rebeldes”.

Son ya ¡tantos los muertos!, que la gente pasa por su lado indiferente a su presencia, como si ya se hubiese acostumbrado (impecable alusión a lo que aún ocurre en ciertas partes del mundo) y nadie parece dispuesto a confrontar al Estado por semejante barbarie… pero, las transformaciones sociales empiezan con Uno… y hay una chica a la que le siguen doliendo los muertos. Su hermana, Ismene, le reprocha que se ponga en peligro cuando intenta arroparlos y dejarlos en condiciones más dignas, pero, Antígona, no obedece a las imposiciones del gobierno sino a su propio corazón… y éste le dice que los muertos deben ser tratados con respeto y enterrados como Dios manda. Por ésto, cuando encuentra el cadáver de su propio hermano, le importará muy poco si viola el decreto del gobernante, porque ella seguirá sus impulsos bien segura de que hace lo que tiene qué hacer.

Las andanzas de esta aguerrida muchacha, en compañía de otro raro hombre que habla con extraños monosílabos y que, como ella, cree en dignificar a los muertos, será lo que veremos en esta curiosa trama muy a la Cavani, donde de nuevo se lanza contra una sociedad que poco reacciona ante las atrocidades que pasan en el mundo.

La música de, Ennio Morricone, jugará un papel bastante protagónico, pues, será una eficaz manera de llenar los largos silencios a que obliga el desarrollo de semejante tragedia; y los protagonistas elegidos fueron: Britt Ekland (Antígona), Pierre Clementi (Tiresías), Tomas Milian (Emone) y Delia Boccardo (Ismene).
Luis Guillermo Cardona
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26 de octubre de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando con veintipocos años vi “El portero de noche” (“Il portiere di notte”, 1974), ni siquiera imbuido del fervor iconoclasta propio de la edad dejó de parecerme una película sobrevalorada, cuando no simple y llanamente insufrible, y Liliana Cavani una directora en exceso anhelante del aplauso fácil que la provocación –“epater le bourgeois”— acostumbra a inducir en amplios sectores de la crítica a sueldo.
Con antecedentes tales, mis expectativas respecto a “Los caníbales” no rayaban a gran altura, que digamos; de ahí quizá que no me haya desagradado, o no todo lo que era de temer. Y ello pese a tratarse de un delirio anarco-paleocristiano, muy en la línea, por otra parte, del “zeitgeist” post 1968 y que, de tan extinto, hoy día se antoja poco menos que una marcianada. Las películas de los setenta, salvo honrosas excepciones, han envejecido horriblemente; sin embargo, su incontestable fealdad encierra el extraño encanto del olor a laca Nelly y bolas de naftalina, del tacto de la pana y las mantas zamoranas. “Los caníbales”, sin lugar a dudas, constituye un ejemplo paradigmático de dichas bondades paradójicas.
La traslación del mito de Antígona a un Milán distópico en el que se prohíbe dar sepultura a los cuerpos ejecutados de unos supuestos “rebeldes” produce imágenes de enorme fuerza expresiva —los planos generales de las calles sembradas de cadáveres—, así como escenas de un surrealismo chusco —la del vagón de metro en hora punta; o la de la sauna, inenarrable exabrupto sadomasoquista y homofascista— que remiten a un Federico Fellini en toda su gloria. Efectivamente, Cavani hace aquí gala de un sentido del humor del que, si mal no recuerdo, carece “El portero de noche” y que, a mi juicio, le hubiera convenido a la hora de hacer más digerible la bizarra historia.
En fin, si bien el conjunto tiene un aire bastante deslavazado —nada extraño, tampoco, en buena parte del cine de aquellos años—, Liliana Cavani muestra destellos de gran cineasta, regalándonos algunos encuadres de mucho mérito, deudores, en su caso, de la precisión de un geómetra como Michelangelo Antonioni.
Carorpar
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