He de reconocer que siempre estuve enamorado de Gina Lollobrigida, de sus ojos, de su sonrisa, de su rostro, de su alegría, de su belleza femenina y de su porte. Me dió por ver alguna de sus viejas películas y entre sus interpretaciones me trajo el recuerdo de esta serie que a modo de culebrón no exento de mucha calidad absorbíamos en las sobremesas de la televisión española, única en aquellos momentos, que coincidieron con el inicio de mi etapa universitaria en la Universidad Complutense de Madrid, que era otro culebrón que dejaré para referir en alguna otra crítica más consecuente con el tema.

Doña Angela Chaning, magníficamente interpretada por la oscarizada Jane Wyman, la primera mujer del Presidente Ronald Reegan y madre de sus hijos, era el alma mater de la serie, una mujer malvada que defendía sus viñedos de origen italiano y a su familia contra todo el mundo, excepto a su sobrino al que odiaba por haber heredado parte de los viñedos familiares a la muerte de su padre, hermano de Ángela, que ella consideraba suyos, y que se mudó a vivir a su finca teniéndola por vecina.

Como buen culebrón, y durante nueve temporadas, vimos de todo. Soberbia, egoísmos, zancadillas, amoríos, lujo, ostentación, más amoríos, cuernos, muchos cuernos, vestuarios a la última moda, ropa interior a lo Victoria Secret, cuerpos de gimnasio, ostentación, vehículos de la última generación, deportivos de lagrimear y al chino, al mayordomo chino que no se perdía ninguna y estaba siempre al pié del cañón.

Aunque parezca mentira, era buena, y la seguíamos y esperábamos con fruición y con verdadera expectación, conociendo a sus personajes como si formaran parte de nuestra familia.

Grandes recuerdos, y Gina, que como buena italiana vino a recordarle a la Chaning dónde se produce el buen vino, aunque no pasó por la Rioja ni por la Ribera del Duero.

Notable, 7.