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Ojo por ojo (Big Business) (C)

Comedia Stan y Ollie tratan de vender un árbol de Navidad a James Finlayson. Un malentendido provoca que se origine una colosal batalla en la que Finlayson desmantela el coche de Stan y Ollie y ellos a su vez destruyen su casa. (FILMAFFINITY)
Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
7 de marzo de 2011
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mal día tuvo James Finlayson con abrir la puerta de su casa a estos extraordinarios y consumados vendedores de pinos. Y mal asunto si tú le destrozas el coche y ellos te destrozan la casa. La casa y el coche están como un solar. Y para rematar la faena y poner paz llega un policía. Dicho policía no sabe que en uno de los rincones está Thomas Hearns "la cobra Laurel" y Roberto "mano de piedra Hardy" que intentarán por todos los medios a su alcance conquistar el título que está en poder de Ray "sugar Finlayson".
Moraleja: Finlayson nunca debiste encender el puro y menos de esos dos pájaros.
Obra maestra y una de los cortos más fascinantes que se hayan hecho nunca.
RONNIE JAMES DIO (CUENTA BLOQUEADA)
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22 de julio de 2011
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sólo dura 17 minutos, pero han bastado para que muchos pasemos uno de los ratos más divertidos que haya podido brindarnos el arte cinematográfico. Todavía recuerdo que, hace ya unas cuantas décadas y durante varios años, un grupo de amigos trabajadores en diferentes áreas artísticas, realizábamos en mi pueblo lo que llamábamos “El octubre cultural”. Durante todo el mes, llevamos a los barrios talleres, lúdica y una variada actividad artística. Hallándome en el área de cine y vídeo, en varias ocasiones presentamos “OJO POR OJO” a gente de todas las edades, y cada vez, las más sonoras carcajadas eran el mayor premio a una labor que hacíamos sin compromisos políticos y sin remuneración económica alguna. Laurel & Hardy siempre llenaban de alegría el espíritu de mi linda comunidad.

Cuando uno oye la palabra violencia, siempre piensa en algo brutal, repentino, sin contemplaciones, irracional… pero que pueda existir una violencia de caballeros, un exterminio mutuo pero civilizado, y un caos total con la “discreción” hasta de la policía, ¡eso no lo había imaginado nunca! Pero ya, Laurel y Hardy, nos han demostrado que sí es posible. Y su efecto es decididamente terapéutico.

¿Por qué apegarse a las cosas materiales?, ¿Por qué no jugar, simplemente, a una discreta ley del ojo por ojo? Y esto es lo que hacen cuando, intentando vender árboles de navidad en las calles de California, reciben primero dos rotundos rechazos que permiten comprobar que, quien los entrenó como vendedores, sabía más de la mutación de las palmeras ante la hibernación de los osos polares, que de mercadeo.

Entonces, nuestros encantadores amigos llaman a la puerta de la vivienda marcada con el número 281… y quien sale a atenderlos es… ¡nadie menos que James Finlayson! ¡Huele entonces a pelea casada! Y un error provocado por el “destino”, más una que otra improcedencia de nuestros queridos clowns, hacen que a Finlayson se le paren los escasos pelos que aún le quedan en la cabeza y que, en un arranque de rabia, corte en pedazos el árbol que los chicos han llevado hasta su puerta. Lo que sigue, se dará en crescendo, sin prisa alguna, calculadamente, cediendo el paso gallardamente a quien corresponde hacer el siguiente daño… y provocando en nosotros un hilarante estado, al presenciar aquel alocado paroxismo y las deliciosas actitudes de los protagonistas.

J. Wesley Horne (luego conocido como James W. Horne) y un muy joven Leo McCarey, dirigieron este magnífico cortometraje que también fotografió con sumo acierto, el luego brillante director, George Stevens.

En mi lista de los 10 mejores cortos de la historia.

Título para Latinoamérica: “EL GRAN NEGOCIO”
Luis Guillermo Cardona
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24 de noviembre de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para mí esta película es la quintaesencia del humor y sobre todo del humor absurdo, loco y a la vez humano. Quizás, y sea mucho decir por mi parte, sea una de las mejores radiografía que se han hecho en el cine sobre la conducta humana, me parece más acertada que la de muchos antropólogos y estudios sesudos.

Leo McCarey, está claro que era un humanista, y conocía muy bien la naturaleza humana, capaz de lo mejor y también de lo peor, ingenua, y a la vez maliciosa y destructiva. Y es que, en el fondo, o no tan en el fondo, somos como niños jugando a ser adultos. De hecho ésta película sigue siendo tan actual como el día que se rodó, ya que, por muchos avances tecnológicos que consigamos, por muchas revoluciones industriales, tecnológicas etc, etc, seguimos siendo los mismos, lo que hacen en ésta película lo hacemos ahora por tweeter, pensarlo un poco y lo veréis claro, da igual que seas un desconocido que Donald Trump, lo dicho como niños.

En éste sentido ésta película tiene mucho que ver con "Sopa de ganso", de hecho creo que "Sopa de ganso" bebe de ésta misma fuente, en la que las cosas suelen empezar por una discrepancia sin importancia,y acaban convirtiéndose en un conflicto total abocado a un final sin solución, ¿cuantos problemas en la vida cotidiana empezarán así?, ¿a cuantas guerras sin sentido habremos asistido que en un principio eran una tontería (o no) y se convirtieron en una bola de nieve sin fin?...Poca broma con ésta película, tiene más fundamento del que parece, aún estamos en las cavernas, pero eso sí, tenemos sentido del humor y a cómicos maravillosos cómo Stan Laurel y Oliver Hardy para endulzarnos la vida.
alfwild
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17 de enero de 2021
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ser vendedor a domicilio es una tarea ingrata muy ingrata. Te cierran la puerta en las narices, sin más contemplaciones, mientras tú tienes que exhibir tu sonrisa más cortés y aguantar impasible, quizá con un ligero respingo, puuummm, el portazo.
Pero la tarea de Laurel y Hardy es todavía más ingrata. Porque además de soportar la impaciencia de los posibles clientes se tienen que soportar el uno al otro y, claro, eso todavía es mucho más difícil.
Stanley ya habrá cometido algunas torpezas que Ollie habrá tenido que aguantar con paciencia y mal humor para cuando llegan a la tercera puerta a tratar de colocar los pinos de Navidad que venden. Y el que les recibe en la puerta no tiene, ni mucho menos, la paciencia del gordinflón. El empanao de Stanley provocará la ira del cliente con su torpeza y éste responderá estropeándoles el producto.
! Ahh no, por ahí no pasan!. Unas miradas cómplices de dignidad ofendida y harán frente común, como buenos amigos que son, ante ese impertinente que se permite chulearles.
Comienzan las putadas mutuas en alegre in crescendo y comienza el estropicio a alcanzar cotas cada vez mayores, casa frente a coche, hasta el absoluto despiporre. A cada respuesta descacharrante le sigue un feroz asentimiento con la cabeza que pone la rúbrica al destrozo originado.
Un maravilloso cortometraje de estos dos fantásticos colegas. 17 minutos de soberbio ritmo in crescendo con magnífico final.
Ahora que los estoy repasando me estoy dando cuenta de por qué en mis recuerdos no se encuentran las historias, con gags increíblemente buenos e imitados a lo largo de la Historia, pero sí están marcados a fuego todos los gestos, todas las expresiones y mímica de estos grandes.
Un Stanley perplejo. Un Stanley lloroso. Stanley rascándose la cabeza. Stanley resignado. Ollie sonriente. Ollie malhumorado. Ollie tímido y cortés. Ollie apelando a su paciencia. Eran increíbles y eso sí que no se olvida. Son su marca de la casa como la de Charlot sus andares o el temblor de su bigotillo. Personales y únicos.
Animo a todo el mundo a volver un rato a ellos. A los mayores porque les va a dar mucho placer reencontrarse con ellos. A los más jóvenes porque les va a reportar, quizá, una fuente de inesperada diversión proveniente del pasado.
Izeta
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6 de enero de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Stan Laurel y Oliver Hardy plantaron en los estertores del cine mudo un árbol robusto, majestuoso, cuyo tronco segregó mucha savia que abriría el camino del cine cómico futuro, hablamos de las comedias de pareja masculina o las de demolición, que, no obstante, nunca alcanzarían la abrasiva contundencia del modelo original, entre 1928 y 1929, sus dos años de máxima fertilidad, protagonizaron 24 comedias de dos rollos en las que no dejaron títere con cabeza, una de esas perlas es “Ojo por ojo”, la película que hoy nos ocupa.

En el primer cartel del corto ya se introduce de un modo sutil la paradoja a la que vamos a asistir: «La historia de un hombre que puso la otra mejilla... Y fue golpeado en la nariz», pero claro, resulta imprescindible situar el contexto: Laurel y Hardy son vendedores a domicilio –la escala inferior del mundo del comercio–, además venden un producto que no responde a necesidades básicas –árboles de Navidad– en un contexto poco propicio –California–, y claro, no hay nada más lejano que el árbol de Navidad que se quiere vender, con el habitual imaginario navideño, invernal y rodeado por la nieve, y el panorama soleado de California. Al final acaban teniendo un conflicto con uno de sus clientes (interpretado por James Finlayson, rostro habitual del estudio Hal Roach que aparece en buena parte de los cortos del dúo dándoles la réplica), los ataques que se van dispensando el uno al otro van yendo a más hasta que finalmente se les escapa de las manos y acaban destrozando la casa, la cual por cierto fue comprada expresamente para que pudiera ser destruida con toda libertad durante el rodaje.

Si ya tenéis una cierta edad seguro que guardaréis en vuestra memoria algún momento especialmente celebrado durante vuestra infancia de entre los muchos que nos depararon esta irrepetible pareja cómica (su filmografía consta de más de un centenar de películas, entre una treintena de largometrajes y el resto formado por cortos y mediometrajes; y para hacernos una idea de su prolífica actividad basta indicar que el mismo año de producción de “Ojo por ojo” rodaron otros doce cortometrajes, es decir, ¡a un ritmo de más de un cortometraje por mes!), pero si he elegido hablar de “Ojo por ojo” es por ser una de las más rabiosamente subversivas de una filmografía en la que justamente no escasean los títulos con evidente carga explosiva, la película tiene todos los ingredientes que dieron fama a la pareja protagonista, pero aquí, el espíritu gamberro de los dos granujas se eleva a las más altas cotas de la desmesura. La ristra de momentos hilarantes es interminable: Ollie atacando al vecino con su característica técnica del “dedo en la oreja” y cortándole seguidamente un mechón de su escasa cabellera; los dos granujas protegiéndose inocentemente del ataque de su cliente tras el minúsculo parabrisas de su automóvil; Stan arrancando un farol y, cuando está a punto de estrellarlo contra el suelo, recibiendo la severa indicación de Ollie para que lo lance contra una de las ventanas; el vecino ensañándose con el automóvil hasta acabar literalmente en el suelo peleándose como un demente con los abetos; Ollie usando una pala como bate de béisbol para golpear los objetos que Stan le lanza desde el interior de la vivienda… Y así podríamos seguir y seguir y seguir, dieciocho minutos en los que vas a pasar uno de los ratos más divertidos que te haya podido brindar el arte cinematográfico.

Dieciocho minutos de una comicidad demoledora, sin parangón. Implacables máquinas de triturar, Laurel y Hardy inundaron un buen trozo del siglo XX de bienaventuradas carcajadas, su arte es comparable, en el campo de la alimentación, al tomate, la nuez o la sardina: fuente incesante de salud.
Juan Marey
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