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Argentina Argentina · Córdoba
Críticas de el_emi
Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
6
17 de julio de 2013
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me sorprende escuchar algunas cosas que escucho. Un joven Lisandro Alonso debe prácticamente robar el rollo sobrante de una película hecha por sabe Dios quién para rodar entre amigos su primer corto, ante la negativa de los profesores de la Universidad de Cine de producir algunos de sus proyectos.

Uno puede imaginarse que las razones que justifican la negativa del profesorado deben rondar el hecho de que, desde sus inicios, Alonso siempre ha tenido una propuesta radical completamente alejada de cualquier concesión al cine como producto y cualquier concesión al público casual.

Pero lo que me sorprende es como la Universidad ha perdido el espíritu de su ilustre fundador, Manuel Antín, que tenía como bandera una frase muy característica: "El espectador como grupo debe ser considerado un enemigo para cualquiera que se llame autor". Si uno piensa en satisfacer al público ha dado el primer paso hacia una obra impersonal.

Cualquiera que conozca el cine de Lisandro Alonso sabe que ahí van los tiros y que pocos se han sentido tan influenciados por esa idea como él. Una lástima que los profesores no hayan confiado en este prodigio.

El corto en sí está muy bien. Perfectamente rematado con esa frase casi lapidaria del final que me ha quedado dando vueltas en la cabeza. No es tampoco la gran cosa, pero como dice el bueno de Alonso, es un trabajo que sirvió para demostrar que filmar no era tan difícil como se decía.

Es fácil hablar cuando Alonso es una de las grandes estrellitas del "Nuevo Cine Argentino", pero tampoco puede uno dejar de decir que con las ideas claras desde el principio, es difícil no llegar a ser grande. Si se puede decir que Manuel Antín será inmortal, es porque en Alonso viven sus ideas, las ideas del cine en estado puro.

Un Dato Curioso: Miguel Cohan, director de "Sin Retorno" uno de los grandes trhillers argentinos, trabajó como editor de este corto.
el_emi
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3
14 de junio de 2013
17 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde que el señor Christopher Nolan estrenara en aquél no tan lejano 2008 su justamente alabada obra “The Dark Knight”, más de uno habrá pensado que la historia de las adaptaciones de comic había cambiado para siempre. DC Comics y Warner contaban con el camino allanado para poder seguir enviando superhéroes a la pantalla grande, eclipsando al eterno competidor Marvel, que no dejaba de fracasar en los últimos años. El rechazo por parte del público de Superman Returns, dos años antes, y la consecuente cancelación de la idea de juntar a los dos grandes de la editorial en una misma cinta, no preocupaba los designios de una productora que tenía infinidad de ideas en mente y la tranquilidad de trabajar casi sin competencia.

No deja de ser curioso que ese mismo año comenzara el camino de la joven Marvel Studios que, silbando bajito y ganando terreno lentamente pese a las enormes dificultades que le presentaba no tener todos los derechos de sus héroes, fue copando el mercado y venciendo a sus rivales con películas que triunfaban entre el público y la crítica. De repente, fracaso de Linterna Verde y Watchmen mediante, Warner y Dc Comics contemplaban como su triunfal época se desvanecía. DC comenzaba a estar en deuda con sus fans por no poder coordinar un proyecto como Marvel, mientras que a Warner le caía la ficha de no haber podido aprovechar la mina de oro que resultaban ser los superhéroes en el cine. Las cosas empeoraban cuando Los Vengadores le propinaron terrible paliza taquillera y crítica a la conclusión de Batman. Era hora de moverse y Warner se movió: se viene una Liga de la Justicia.

Este cuento viene a cuento, precisamente, porque cuando uno ve Man of Steel no asiste sólo a un espectáculo cinematográfico, sino a una lucha de carácter casi metafísico, dada entre dos productoras, entre dos editoriales, entre dos formas de entender la mejor manera de hacer cine de entretenimiento. No es casualidad que el nombre de Nolan esté involucrado en el proyecto, sino que es señal inequívoca que Warner/DC ven en la estética de The Dark Knight la única posibilidad de enfrentar el aluvión de Marvel: Enfrentar el estilo oscuro y pretencioso de la primera, con el simpático y relajado de la segunda.

La sensación que deja el visionado de Man of Steel es el de una película que no intenta quedarse en el típico blockbuster, sino que intenta ser mucho más. Como ya se hiciera con Batman, la historia intenta centrarse en los dramas existenciales del hombre detrás del héroe, su aislamiento de los hombres, su sensación de estar sólo entre extraños y ser el último de su especie. Además, la historia se arriesga mucho más en intentar explorar el carácter mesiánico de la misión de Superman en la Tierra. Y machaco con el verbo intentar, porque es el verbo que resume a la película: el intento, no el logro, pues el aspecto dramático al que aspira la cinta fracasa estrepitosamente. No sólo el guión coquetea constantemente con la cursilería, sino que la historia es demasiado caótica (sobre todo al principio) y tiene algunos giros dramáticos que remiten al más barato cine comercial de nuestros tiempos. De hecho, la historia es tan incapaz de emocionar a partir de sus imágenes que muchas veces se echa mano a la impecable música de Zimmer para intentar contagiar una sensación.

Por si fuera poco, fallando la dupla Nolan/Goyer en la cual muchas esperanzas tenía, todavía estaba Snyder detrás de cámara, cuya tendencia a los excesos visuales me hacía temer desde que se anunciara el proyecto. Lamentablemente el director cae en todos los excesos posibles, convirtiendo Krypton en un The Lost World futurista, haciendo explotar todo lo que ve a su paso y tomándose demasiado a pecho la idea de que a las películas de Superman le faltaba acción.

La acción es impresionante y es acompañada por unos efectos visuales que darán que hablar en los próximos premios. No cabe duda que talento para esto Snyder tiene, sin embargo como un futbolista habilidoso que agacha la cabeza y corre hasta que se acaba la cancha, a Snyder le falta la inteligencia que proporciona la pausa, el pensar el siguiente movimiento. Muchas veces la película pide a gritos acabar de una vez y Snyder lo sobrecarga con escenas de destrucción masiva tan innecesarias como repetitivas hasta el cansancio.

Dejo para el final los dos puntos más negativos de la cinta: el poco convincente Superman de Cavill, que pese a estar correcto está lejos de hacer olvidar a Reeve, y el sobreactuado hasta el ridículo villano de Shannon. Ambos, son fagocitados por los secundarios Amy Adams, Laurence Fishburne, Kevin Kostner y Diane Lane, que con poco les basta para destacar.

Si se puede decir algo bueno de Man of Steel es que como entretenimiento vale y pasa, sin embargo sería ciego de mi parte no admitir que cada plano y cada escena tiene una grandilocuencia que recuerda al El Arbol de la Vida, como si la película ofreciera o intentara ofrecer una reflexión trascendental que nunca llega.

No tengo dudas que Man of Steel triunfará en taquilla y que la secuela está asegurada. Como propuesta alternativa a la de Marvel, tendrá sus seguidores y los que no. Un servidor se queda con los segundos. Como película, deja bases demasiado endebles para una futura franquicia. Un hombre de barro más que de acero.
el_emi
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7
16 de julio de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El nombre de Armando Bo es un nombre que suena en Latinoamérica. No sólo aparece ligado como actor y productor de una de las películas más reverenciadas del cine argentino, “Pelota de Trapo” de Leopoldo Torres Ríos, gran exponente del neorrealismo en el continente; sino que también es un nombre de carácter mítico para los seguidores del cine erótico-popular, del cual fue pionero en América Latina. Es por ello que cuando vemos los primeros pasos en el cine de Armando Bo (nieto), no podemos dejar de pensar que sobre él recae la bendición y maldición de una herencia cinéfila más que importante, herencia que puede jugar en contra o a favor según la personalidad de aquél a quien recae. Afortunadamente, el joven Bo es de aquellos que paran la presión de taquito y definen al ángulo, pues con su ópera prima logra crear una obra tan personal y novedosa, como deudora de las influencias de su mítico abuelo. Su participación con relativo éxito en festivales de la talla de Sundance y San Sebastián, atestiguan el logro de este novato cineasta.

Hablar de El Último Elvis es hablar de muchas cosas. Como su abuelo lo hacía, Bo baja al inframundo bonaerense y habla de las familias a las que la realidad no las favorece, a los que la cotidianeidad les escupe en la cara. Un sitio donde no hay lugar para los sueños, para las ilusiones, donde la gente pequeña debe conformarse con una existencia pequeña y donde solo los locos se atreven a pensar una vida más grande que la que les toca. Así, la historia recae en un loco muy particular, Carlos Gutierrez, un imitador de Elvis, como tantos en Bs As que realizan shows baratos para rapiñar unos pesos que le permitan llegar a fin de mes; y que en algún momento de su vida empezó a creer que realmente era Elvis.

Para este personaje tan particular, Bo había pensado en un momento en Ricardo Darín, cuya popularidad y talento podría darle a la cinta el salto de calidad y la propulsión que pretendía para ella. Incluso durante un tiempo el mismo Darín pensaba que ésta sería la película en la que participaría. Entonces, casi de casualidad, apareció el músico John McInerny, adorador de Elvis al que dedicaba homenajes con su banda por puro placer, y Bo no lo dudó: ese era su Carlos Gutierrez. Porque a pesar de renunciar al talento actoral de uno de los actores más importantes de la Argentina, Bo había encontrado a un hombre que transpiraba Elvis, que no necesitaba actuar para ser el personaje de su película. Y al final, John McInerny no sólo desparramó talento musical en la pantalla, sino que se reveló como un grandísimo actor.

El Último Elvis desparrama emociones. No es una historia que pretenda mostrar el proceso de autodestrucción mental de una persona, como han hecho otras películas en el pasado. Su enfoque es mucho más mínimo. El protagonista vive en su mente una lucha esencial por la felicidad, que en la realidad se presenta y se traduce como un sueño enfermizo creado por una realidad que lo enferma, lo aplasta y reprime. Por eso y, pese a que su estructura narrativa es similar a las películas sobre hombres que luchan por un sueño y acaban dejándote una sonrisa en la cara, la sensación que deja la lucha del protagonista no está ni cerca de ser felicidad. Bo toma el mensaje positivo de luchar por un sueño y lo convierte en algo atemorizante, desilusionante, mostrando el carácter totalmente desolador que puede tomar en determinadas realidades. Y por ello es que pese a su minimalismo, la historia llega a ser tan trágica como una tragedia griega, tan deprimente como un libro de Kierkegaard, tan dolorosa como una patada en ciertos lugares.

Para el aplauso es un guión cuidado hasta el detalle, pues cada frase de nuestro protagonista nos va desvelando un poco más sobre su estado mental, nos va acercando más hacia el inevitable final, cuya previsibilidad, lejos de quitarle brillo, aumenta la sensación de impotencia que avanza con la película.

Párrafo aparte merece el trabajo de John McInerny, cuyo tabajo como imitador de Elvis es brillante regalando momentos inolvidables como esa Unchained Melody acompañada del piano que acompaña uno de los momentos más dramáticos de la historia y que, incluido un servidor al cual ni Elvis ni el Rock le movieron nunca un pelo, eriza la piel.

En un panorama del cine argentino como el actual en que las producciones deambulan entre un cine independiente, hecho más para festivales que para salas comerciales (lo cual no es malo y, de hecho, en general es muy bueno el nivel), y un cúmulo de producciones caza-óscar que no son sino burdas imitaciones de la fórmula de El Secreto de sus Ojos; una obra genuina como la ópera prima de Armando Bo se agradece y se recibe con entusiasmo. El Último Elvis es una película que nadie que guste de la música, que venere al Rey del Rock o simplemente guste del buen cine debería dejar pasar.
el_emi
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7
29 de abril de 2013
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cinco años han pasado desde que la primera película de Iron Man viera la luz en abril de 2008. Con dicha cinta, la humilde Marvel Studios iniciaba un nada humilde proyecto: El Camino hacia el gran acontecimiento “Los Vengadores”. El camino trazado por la Compañía acabó siendo sinuoso y repleto de altibajos. La celebrada película del Hombre de Hierro fue seguida de una mediocre secuela, un flojito Dios del trueno y dos justitos súper-soldados.

Pero aún dentro de su ajustado buen hacer, “Capitán América: El Primer Vengador” (la última antes de la película coral) fue el inicio del moldeo de una personalidad que hoy es el carácter más representativo de las películas del estudio: una tendencia hacia el entretenimiento puro, con un espíritu muy cercano a las aventuras clásicas de grandes directores como Lucas y Spielberg, alejado de las grandes pretensiones de películas como The Dark Knight que parecían venir marcando tendencia.

Lo cierto es que, aunque pueda parecer un exceso comparar la pequeñez de la película de Joe Johnston con grandes sagas como Indy, Los Vengadores fue la pequeña joya que ratificó que ese viejo espíritu aventurero, tan en desuso hoy salvo por alguna película aislada como Las Aventuras de Tin Tin, vivía y viviría en las películas de Marvel. Y si aún quedaba algún despistado Iron man 3 viene a ratificar que definitivamente éste es el camino elegido.

Iron man 3 no sólo es la mejor película de Marvel hasta la fecha, sino que hace méritos para estar bien alto en el panteón de las películas de superhéroes. Lo es porque se basa en dos pilares fundamentales: 1º) un guión efectivo y sólidamente construido que demuestra que se puede explorar el costado humano del héroe sin abandonar el estilo luminoso y relajado tan característico de los films del estudio; 2º) la apuesta al caballo ganador que es Robert Downey Jr, cada vez más compenetrado con el gigante Tony Stark.
La historia es una deliciosa ensalada que mezcla elementos de thriller con tintes dramáticos, un humor excelente, algún guiño al cine de acción ochentero. Todo condimentado con grandes efectos especiales y escenas de acción vibrantes. No cabe ninguna duda, aún cuando falta bastante, que será una de las cintas de referencia del cine americano del 2013.

Lo mejor de la cinta es sin duda el carácter cínico y autoparódico que llega a tener que por momentos me recuerda a los orígenes del gran Sam Raimi. ¿Cómo no reconocer al público en ese niño ansioso porque Tony le cuente de cerca lo ocurrido en Nueva York, hechos relatados en los Vengadores? ¿No es el público el ansioso por ver muchas referencias al universo marvel, mientras Tony pide y ruega que dejen de molestar, pues esta es SU película? ¿Cómo no ver en el giro final de Mandarín algo demasiado paródico hacia el cómic pero al mismo tiempo algo demasiado bueno como para criticarlo? ¿Cómo no ver algún palito hacia la historia reciente americana y también hacia el racismo en las páginas de los cómics? ¿Y qué decir de ese tráiler que vendía una película con una estética marcadamente Nolan cuando la película ha sido todo lo contrario?
Véaselo como se lo vea, Marvel se ha pasado. Se ha pasado en el buen sentido. Ha forzado los límites de lo que creíamos que era capaz y, al mejor estilo Troll, se nos ha reído a todos: a los que piden películas serias de superhéroes, a los que piden villanos imponentes, a los puristas del cómic, a los que se obsesionan con la coherencia de las historias. Marvel ha dado cátedra de cine de entretenimiento.

Pero la película, lamentablemente, no es perfecta. Defectos hay como en todo, pero quizá lo más remarcable sea que dentro de la poca pretenciosidad de la cinta, la parte que se supone que es de género Thriller pide demasiado del espectador para seguir adelante. Más allá que errores de coherencia suelen ser comunes en este tipo de películas, existen otras cintas con menos problemas. También es posible señalar que hay cosas que hacen difícil relacionar a la cinta con el universo en el que se mueve. No se entiende la ausencia de SHIELD en asuntos de seguridad nacional tan importantes. No se entiende porque siendo Iron Patriot algo de peso en la trama como símbolo norteamericano, no haya siquiera una mención al Capitán América, símbolo viviente del país.

Pocas cosas que puedan hacerle sombra a tan espectacular despliegue de emociones. Una película de entretenimiento que tiene de todo, pero que sobre todo tiene espíritu, algo que le falta al cine comercial actual.
el_emi
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6
17 de agosto de 2017
10 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cometario tras el primer episodio de la serie

Tras la paralización absoluta de los contenidos financiados por el Estado en 2016, la producción televisiva argentina quedó en manos de financiamiento privado y, por ende, esclava de una lógica industrialista dependiente de esas fórmulas raídas pero de probado rendimiento que generalmente atraen a la clase media. Imposible ver hoy producciones como la estimable Bs As bajo el Cielo de Orión de Gabriel Medina, así como parece difícil que se vuelva a apostar por producciones provinciales como La Casa de los Opas (producción íntegramente salteña que de momento no hemos podido ver) o ver a autores como Maximiliano Schonfeld o Campusano acercarse de nuevo a la pantalla chica. Lo que se estila ahora es esa vieja tradición del policial argento, género conocido y poco propenso a molestar demasiado al espectador ni sacarlo de su zona de confort. El obejtivo: invertir y recuperar inversión. Si bien la aplaudida El Marginal parece escapar a esta regla, el panorama de 2017 fue desolador: la insultante El Jardín de Bronce y la pobreza conceptual de La Fragilidad de los Cuerpos fueron dos ejemplos claros de lo que la maquinaria industrial era capaz de hacerle a esa producción televisiva que, en algún momento, parecía tener un futuro brillante.

Había muchos motivos para pensar que Un Gallo para Esculapio sería una ficción más reseñable. El regreso de Bruno Stagnaro y la producción de Sebastián Ortega, toda una máquina de generar éxitos últimamente, hacían presagiar algo más creativo e interesante. Al final del episodio presentación, queda la agridulce sensación de que seguimos atrapados en esa espiral donde el policial o la trama criminal es omnipresente, pero que definitivamente estamos ante una producción mucho más potente, mucho más autoral y con mucho más talento en cuanto a dirección y guion que lo veníamos viendo.

La serie de Stagnaro no es una revolución dentro de los actuales patrones de producción televisiva pero es, posiblemente, uno de los mejores ejemplares que tendremos en estos años. Creo que la principal virtud que tiene es que evita el error que sus dos predecesoras de este año cometieron: Un Gallo para Esculapio no ha buscado venderse como algo transgresor o nuevo a partir de su empaque, sino que parece querer construir su fama en base a lo que muestra episodio a episodio. Recordemos que El Jardín de Bronce venía de la mano de HBO y toda su producción tenía un poderoso barniz de “producción importante” con un uso ridículo de drones y una fotografía repleta de filtros. Por su parte, La Fragilidad de los Cuerpos buscó vender una acartonada transgresión a través de una fuerte presencia del sexo. En ambas fue mucho empaque para poco contenido. La dirección y producción de Un Gallo para Esculapio ha logrado ser más interesante desde la humildad de la puesta y el excelente retrato de la calle, que nos retrotrae a la ópera prima del propio Stagnaro, Pizza, Birra, Faso, y nos deja algunas reminiscencias de grandes películas del género como Nueve Reinas.

En contra, tenemos todos los defectos que se desprenden de su calidad de producto para clase media. Más allá de cuestiones ideológicas, hay algunas que mutan en recursos narrativos un tanto odiosos. El personaje principal está metido en ese cuestionable mundo de la riña de gallos y la narración parece querer mostrar ese terrible universo sin juzgar, sin embargo comete la cobardía de querer poner a su protagonista como un ser humano más digno que el resto a través de escenas en las que tiene una relación casi “humana” con su gallo, como si semejante relación lo exonerara de algún modo ante el público por poner luego ese gallo en un ring a matarse. Esta es posiblemente la única mancha importante que tiene el arranque de Un Gallo para Esculapio, mancha sin embargo que no tapa todas sus virtudes.

Si hay que señalar otra mala es que, posiblemente, los que menos gustamos de estas tramas criminales difícilmente encontremos una razón para entusiasmarnos demasiado, pues el capítulo inicial deja bastante en evidencia los caminos que tomará esto y no parece que haya mucha innovación al respecto. Para los que gustan de estas historias, es probable que estén ante la serie ideal.
el_emi
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