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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
7
Drama Clásico del cine mudo que muestra a través de varios episodios históricos las injusticias provocadas por la intolerancia religiosa y social. La idea inicial de Griffith era narrar las sangrientas huelgas de 1912 en EE.UU. (un huelguista es acusado de la muerte de su patrón), pero después decidió rodar tres episodios más: "La caída de Babilonia, "La Pasión de Cristo" y "La noche de San Bartolomé" (sangriento episodio de las luchas entre ... [+]
9 de mayo de 2015
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ante todo cabe romper una lanza en favor de la valentía de Griffith a la hora de afrontar un proyecto de semejantes proporciones. Porque intercalar un folletín, dos péplums y una historia de época en la misma película resulta, cuando menos, ambicioso. Tanto es así que, pese al esforzado montaje, la trabazón entre las diferentes tramas adolece de cierta inconexión. El peso de las mismas en el conjunto de la cinta está asimismo bastante descompensado, de modo que el episodio titulado “La Pasión de Cristo” tiene una relevancia poco menos que testimonial, y el dedicado a “La noche de San Bartolomé”, pese a sus muchas posibilidades, no alcanza a ensombrecer el protagonismo de “La madre y la ley” y, especialmente, “La caída de Babilonia”, joya incontestable de un retablo tan altisonante como, mal que a tantos pese, admirable.
Es sabido que Griffith había quedado descontento con el melodrama lumpen “La madre y la ley”. Sin ser una mala película, palidece al compararla con el mito ―hoy como ayer falazmente denostado― que erigiera en “The Birth of a Nation” (El nacimiento de una nación, 1915). De modo que, ni corto ni perezoso, le añadió los otros tres episodios, entre los que destaca, y de qué manera, la citada “Caída de Babilonia”. Profundamente influido por “Cabiria” (ídem, 1914), Griffith exhibe músculo cinematográfico y una cuota generosa de hallazgos técnicos ―el majestuoso travelling con que se nos da la bienvenida a la capital mesopotámica―, en su impagable contribución al “kolossal”, participada de miles de extras y que sirviera de escuela de formación para un variado ramillete de reconocidos directores posteriores ―Victor Fleming, W. S. Van Dyke, Sidney Franklin.
“Intolerancia” continúa explorando las posibilidades del primer plano, la profundidad de campo y el montaje paralelo. Particularmente este último, acelerado vertiginosamente en el tramo final de la cinta, hasta tal punto que un socarrón crítico de la época llegó a afirmar que uno acababa por temer que el rey Baltasar de Babilonia muriese atropellado por un coche. Lo mismo que el plumilla en cuestión, el público no entendió la compleja narrativa de la película, ni su mensaje pacifista ―paradójicamente expresado en una abigarrada galería de imágenes violentísimas, decapitaciones explícitas incluidas― en un contexto de inflamado fervor bélico y patriótico ―Estados Unidos se aprestaba a intervenir en la I Guerra Mundial―. En consecuencia, Griffith, que había invertido en “Intolerancia” la inmensa fortuna amasada a raíz del éxito de “El nacimiento de una nación”, se encontró endeudado para los restos. "Shit happens", que en su momento debió de pensar Baltasar de Babilonia.
Carorpar
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