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España España · Valencia
Críticas de Carorpar
Críticas 1,103
Críticas ordenadas por utilidad
La historia del cine: Una odisea (Serie de TV)
SerieDocumental
Reino Unido2011
8.2
3,606
Documental, Intervenciones de: Aleksandr Sokúrov, Norman Lloyd, Lars von Trier, Paul Schrader ...
6
26 de agosto de 2016
38 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
“The Story of Film: An Odyssey” es una serie documental personalísima. Tan controvertida que, en ocasiones, uno llega a preguntarse si no sería precisamente levantar ampollas el principal objetivo de su factótum, el crítico norirlandés Mark Cousins. Así se desprende, al menos, de asertos de una osadía tal que “Hollywood no es clásico, Japón sí” o “si hay una película de visión obligada para cualquier cineasta, ésta es “Performance” (ídem, 1970)”, y del —a mi juicio, muy poco acertado— paralelismo que establece entre Jane Campion e Ingmar Bergman, y Baz Luhrmann y Vincente Minnelli, respectivamente.
Además, su desprecio por el sistema de estudios denota una actitud un tanto elitista, intelectualmente acomodaticia y de un reduccionismo insostenible, toda vez que él mismo se entretiene en señalar las grandes diferencias, de forma y fondo, entre los tres grandes —Metro, Warner y Paramount—. No es la coherencia, como se ve, un punto fuerte en los análisis de Cousins. De hecho, corona su encendida apología del manifiesto Dogma afirmando que “la mejor obra de Von Trier en los 90 —” Breaking the Waves” (Rompiendo las olas, 1996)— infringió las normas del Dogma”.
Su a veces excesivo fervor multicultural le lleva a poner cinematografías como la iraní, la cubana o la senegalesa al mismo nivel, o incluso superior, que la norteamericana y las europeas —tiene gracia oír a un manierista impenitente como Baz Luhrmann cuestionar la originalidad y la espontaneidad de la “Nouvelle Vague”—. Ello constituye un ejercicio, cuando menos, voluntarista. Sobre todo, porque lo hecho en dichas cinematografías ya existía en la norteamericana y las europeas 20 o 30 años antes. Nadie niega que tengan mérito, pero originales no son.
Sin embargo, la iconoclastia de Cousins —ciertamente forzada, a veces rayana en la pedantería— nos permite conocer más a fondo la obra de autores que escapan a la mayoría de legos. Muy interesantes resultan las referencias a los pioneros rusos y chinos, o al primer Ozu. Lo mismo las dedicadas al modernismo que frente al realismo social encarnaran Tarkovski, Polanski y Parajanov. Igual de sugestiva es la aproximación a los más recientes Kiarostami —por cierto, que fallecido el pasado mes de julio, D.E.P.—, Won Kar-Wai y al terror japonés de la primera década del siglo XXI. Como se ve, el multiculturalismo no tiene, “per se”, nada de malo.
Pese a las escasas simpatías que Cousins profesa a los clásicos del otro lado del charco —él los llama, no sin postmoderno menosprecio, “románticos”—, se refiere a John Ford con el respeto debido, reconociendo su influencia —eso sí, vía Orson Welles, quien afirmaba haber visto 30 veces “Stagecoach” (La diligencia, 1939)— en el surgimiento del “noir” y la madurez del cine americano con sus aportaciones a la profundidad de campo. Algo es algo. Ah, y con su don para las aseveraciones lapidarias, larga un estridente “Hitchcock es más importante que Picasso” con el que coincido hasta en las comillas. Que nos detengan.
Se esté más o menos de acuerdo con Mark Cousins, o —así les sucederá a unos cuantos, y no me extraña— en total e irreconciliable desacuerdo, su dogmatismo se hace más llevadero merced a las sencillas explicaciones técnicas, muy didácticas, con que adorna el sentencioso discurso. En especial durante los episodios dedicados al nacimiento y consolidación del conocido como séptimo arte, en cuyo contexto encontramos excelentes alusiones a Chaplin, Keaton y Dreyer, así como al expresionismo alemán, Abel Gance, Buñuel, y Eisenstein. Si bien se deja llevar, en su valoración de Griffith, por la falacia de la ideología, último "pero" a guisa de punto final, ilustrativo de las sensaciones contradictorias que provoca —nunca mejor dicho— esta polémica serie.
Carorpar
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6
11 de septiembre de 2014
36 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Curioso desembarco del irlandés John Carney en la Meca del cine.
Antes que nada cabe preguntarse en qué genero encuadrar su "Begin Again", si en la comedia romántica o el musical. O no, y del mismo modo que la vida resulta más compleja que las incontables etiquetas con las que tantos tratan en vano de sojuzgarla, también el cine excede en ocasiones las categorías, a fin de cuentas arbitrarias y reduccionistas.
Ni que decir tiene que la golosina- indiscutiblemente deliciosa- que Carney nos reserva poco se parece al gris día a día de la mayoría; pero su apuesta por el optimismo y el buen rollo que se esfuerza ardua y denodadamente en transmitir merecen el agradecido elogio de este plumilla otras- muchas- veces inmisericorde con productos de pelo similar.
Porque, efectivamente, no cabe duda de que "Begin Again", con todos sus defectos- que los tiene, y que señalaré a continuación-, es un soplo de aire fresco para ambos- sufridos- géneros, musical y "rom-com", tanto la adscribamos a cualquiera de ellos como o a los dos.
Hace gala de una inusual habilidad para mantener la sonrisa pintada en el rostro del espectador más cínico durante buena parte del metraje, y se trata, además, de una de esas películas que, al menos durante un par de horas, nos reconcilian con el resto de homínidos- de la sala y del planeta-.
En su debe no queda sino reseñar que, como les sucede a otras cintas del mismo corte, se asoma con escaso pudor al abismo de la vergüenza ajena- ejemplo palmario de ello es la escena en que el mugriento productor musical interpretado por Mark Ruffalo "descubre" al diamante en bruto de estudiada estética post grunge que compone la luminosa Keira Knightley; ante la cual no sabe uno si sonrojarse o admirar su atrevimiento-. En cualquier caso, es un riesgo que vale la pena correr. A cambio se sale del cine siendo mejor persona, y eso, hoy día, constituye un logro cada vez más trabajoso.
Mención aparte para una estupenda banda sonora- pese a los estridentes falsetes de Adam Levine (sí, el de Maroon 5... en serio)-, en la que destaca especialmente la acariciadora voz de una Keira Knightley de maravillosa sonrisa imperfecta- digna de figurar, de hecho, y de pleno derecho, en el "Gran Libro de las Sonrisas Británicas"- que, tal como acostumbra, se nos muestra arrolladoramente encantadora, al tiempo que profundamente irritante. En fin, dolor-placer, que gustan algunos.
Carorpar
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6
7 de noviembre de 2022
37 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tal como sucediera con «El irlandés» («The Irishman», 2019), «Mank» (ídem, 2020) y, sobre todo, «Roma» (ídem, 2018), una de las mejores películas del año, si no la mejor, viene de la mano de Netflix. Ello constituye prueba fehaciente de varias cosas. La primera, que las plataformas de contenidos han borrado de un plumazo las fronteras entre formatos; si bien es cierto que la experiencia inmersiva que nos propone «Sin novedad en el frente» pide pantalla grande y sonido envolvente.
La segunda, que el audiovisual de nuestros días no está como para tirar cohetes; pues, aun tratándose de una cinta impecable —la novela de Erich Maria Remarque y un presupuesto lo bastante generoso son una apuesta segura, así lo atestiguan traslaciones anteriores del mismo texto—, no hay en ella nada realmente original, mucho menos sorprendente.
Y la tercera, que en el catálogo de Netflix se da una convivencia tóxica —para el suscriptor, principalmente— entre una nutrida pléyade de horrores y un puñado de obras maestras —algunas; porque ésta, insisto, no llega a serlo—. Antes que ponerse a suprimir perfiles, sus responsables deberían hacer una limpieza de bodrios. Claro, que entonces Netflix se convertiría en Filmin.
Volviendo a «Sin novedad en el frente», su hincapié en los pasajes de acción la acercan más a «1917» (ídem, 2019) que a la versión de 1979 —tengo pendiente la temprana adaptación de Lewis Milestone, conque me abstendré de incluirla en la ecuación—, algo morosa en las escenas de retaguardia, aquí ventiladas con una concisión que el espectador actual sin duda agradecerá.
En efecto, Edward Berger nos mete de lleno en una descarnada colección de «tempestades de acero» —tomo el término del filósofo Ernst Jünger, herido en catorce ocasiones, catorce, durante la contienda— por medio de prolongados travellings a través del barro, la mugre, la sangre, el sudor, las lágrimas y los balazos traperos en un paisaje lunar que, asimismo, bebe a tragos largos de la (anti) estética de Otto Dix.
El resultado es indiscutiblemente satisfactorio, especialmente para los aficionados al género, obsequiados con un crudo verismo que alcanza hasta a las decadentes dentaduras de sus protagonistas. No obstante, todo en ella se antoja visto una y mil veces desde que la ya lejana «Salvar al soldado Ryan» («Saving Private Ryan», 1998) redefiniera el cine bélico.
El inicio, con esa larga escena dedicada al «reciclaje» de uniformes, o más adelante la de la búsqueda de la compañía de reclutas perdida por el camino, apuntaban una impronta terrorífica subrayada por las secas notas de la banda sonora. Lástima que esta vía, ciertamente sugestiva, se abandone en aras del espectáculo puro y (muy) duro.
Carorpar
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4
21 de junio de 2022
29 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como estoy bastante curado de espanto, no puedo evitar enfrentarme a las reconstrucciones históricas del audiovisual patrio con algunas —si no muchas— precauciones. En rigor, con muy razonables suspicacias. Pues bien, esta «Sin límites» viene a reafirmarme en todas y cada una de ellas.
En tanto motivo subyacente —diríase que estructural— cabe aducir el de las estrecheces presupuestarias. Resulta palmario que no había dinero para lo que se ha intentado recrear, lo cual redunda en una cutrez impropia de las posibilidades técnicas de nuestros días. Claro que, ahorrándose el caché de ciertas «estrellas» —¿hasta qué punto hacía falta recurrir al hierático Rodrigo Santoro, o al mastuerzo de Sergio Peris-Mencheta? —, quizá podría haberse rodado alguna secuencia a la luz del día. Que todo suceda de noche es un truco bastante sobado —desde los tiempos del «noir», o incluso antes, del expresionismo alemán— para ocultar la precariedad escenográfica.
Director y guionista —Simon West y Patxi Amezcua, respectivamente— tampoco se han lucido, y viendo las carreras de ambos, sobre todo la del primero —«Con Air» («Con Air [Convictos en el aire]», 1997) fue su opera prima y, hasta la fecha, obra maestra— no me extraña. La coherencia, el mero racord incluso, brillan por su ausencia, con barcos que aparecen y desaparecen al albur no ya de los elementos, sino de las ocurrencias de sus (i) responsables. Así, la escuadra al mando de Fernando de Magallanes semeja en ocasiones la Flota del Pacífico para, de inmediato y sin solución de continuidad, estar integrada por una sola nave, dos en el siguiente plano.
Respecto al mayor o menor rigor histórico —por lo visto, más bien lo segundo, y de manera conspicua, por no decir que susceptible de sonrojo—, hay una asombrosa proliferación de gazapos, conscientes o no: del frecuente uso del catalejo, inventado años después, a unos atavíos propios del siglo XVII; pasando por esa Giralda unas veces provista de su característico remate renacentista —también posterior en varias décadas a los hechos descritos— y otras no, como los pimientos de Padrón. Cierto crítico, o crítica, o historiador o historiadora, ha señalado con suma agudeza que «Sin límites» parece inspirarse en la saga «Piratas del Caribe» y no tanto en los acontecimientos reales que dieron la vuelta al mundo, con perdón del tosco juego de palabras.
Volviendo sobre el desacertado reparto, Álvaro Morte compone un Juan Sebastián Elcano absolutamente incoloro, inodoro e insípido. Creo haber leído que, además, se ufana de haberle aportado una impronta «de izquierdas». Otro anacronismo —«izquierda» y «derecha» son categorías heredadas de la Revolución Francesa—, por no echar mano de un epíteto más grueso. La verdad, se me escapa el renombre que está cobrando este individuo de un tiempo a esta parte. Comparte con sus compañeros de fatigas, eso sí, un vicio común a buena parte de paisanos dedicados a menesteres escénicos: farfullar sus frases de tal modo que resulta imposible seguir el diálogo sin subtítulos. Prueba ilustrativa —y por demás paradójica— de ello es que se entiende mejor a los actores portugueses hablando en castellano que a los propios intérpretes españoles. Y cuando de la inextricable jerigonza gargajosa logra uno entresacar alguna oración con sujeto y predicado, su contenido es tan bochornoso, de una estupidez tan abisal, que casi preferiría haber permanecido en la incomprensión.
En suma, «Sin límites» constituye la enésima oportunidad perdida de facturar un producto de corte histórico y calidad suficiente por parte de nuestra acomplejada industria del entretenimiento, incapaz de salirse de los desalentadores cánones del costumbrismo, excepción hecha de la ninguneada —¿Por qué será? — «Conquistadores: Adventvm» (2017). Si no la conocen, se la recomiendo encarecidamente.
Carorpar
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Antes que sea tarde
Documental
Estados Unidos2016
7.2
2,908
Documental, Intervenciones de: Barack Obama, Bill Clinton, Ban Ki-moon. Narrador: Leonardo DiCaprio
6
1 de noviembre de 2016
27 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leonardo DiCaprio no sólo gana premios y sale con rubias explosivas hasta que cumplen los treinta, sino que también tiene dos dedos de frente. Así lo demuestra auspiciando un documental cuya necesidad radica no tanto en concienciarnos de la realidad del cambio climático —éste constituye una evidencia sobre la que existe un consenso científico mayor incluso que sobre la teoría de la relatividad— como en desvelarnos la ceguera o la estupidez, probablemente ambas, de unos dirigentes —los nuestros— empeñados en discutirlo, cuando no lisa y llanamente en negarlo, jaleados por sus palmeros mediáticos, en lugar de poner en marcha ya las urgentísimas medidas necesarias para detener una situación camino de tornarse irreversible.
Tiene especial gracia que, en Estados Unidos, el senador al frente de la comisión encargada de asuntos medioambientales sea un negacionista contumaz. Claro que, a la vista de las cantidades que recibe del lobby de los combustibles, todo cobra sentido. Maldita la gracia entonces. Aunque no hace falta irse tan lejos para encontrar ejemplos de la obscenidad con que nuestros líderes se cierran en banda, con la actitud del avestruz que esconde la cabeza en el culo... perdón, en el suelo. Me viene a la memoria la vergonzosa parábola del cuñado o primo meteorólogo con que Rajoy, nuestro presidente recién reelegido, manifestaba groseramente su ignorancia de lo que a cualquier alumno de Geografía de 3º de ESO se le exige como contenido mínimo: la diferencia entre tiempo atmosférico y clima.
Sin embargo, culpar exclusivamente a unos políticos a los que, en último término, hemos elegido nosotros supondría un ejercicio de desresponsabilización muy poco adulto. Porque nuestros hábitos —el consumo por el consumo— tienen mucho que ver con el indeseable estado de cosas. Coger la bicicleta en lugar del coche para ir a trabajar, comer pollo en vez de ternera, o no inflarse a “Doritos” son decisiones que están en nuestras manos, independientemente de que rija los destinos de la nación un ígnaro recalcitrante o un premio Nobel con las manos atadas por la financiación torticera de su campaña electoral.
Carorpar
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