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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
8
Western. Aventuras Dos viejos amigos se asocian para escoltar un cargamento de oro desde las minas de Alta Sierra hasta un banco. Uno de ellos (Joel McCrea) es un hombre honrado que sólo se propone hacer bien su trabajo; el otro (Randolph Scott), en cambio, carece de escrúpulos y proyecta robar la valiosa mercancía. (FILMAFFINITY)
8 de diciembre de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Excelente segunda película del gran Sam Peckinpah. "Duelo en la alta sierra" es un magnífico western, lanzadera para el despegue definitivo de una brillantísima carrera amenazada de muerte prematura tras su malhadado debut con "The Deadly Companions".
Sam Peckinpah es un autor a caballo, tanto cronológica como estilísticamente, entre dos concepciones cinematográficas, la clásica y la moderna. La ceguera- o cortedad de miras- de algunos- muchos, demasiados- se empeña en contraponerlas, cuando no menospreciar una en loor de la otra. Por mi humilde parte creo son complementarias, ni mucho menos sucesivas, y tanto modernidad como clasicismo son términos muy matizables, si no sumamente engañosos. Ejemplo de lo dicho es el propio Peckinpah, cineasta de enorme modernidad que alcanza aquí una de sus cumbres acogiéndose a los códigos clásicos del western. No obstante, "Duelo en la alta sierra"- título más poderoso que el original "Ride the High Country"- presenta elementos profundamente "peckinpahianos"- perdón por la cacofonía-, y ciertamente ajenos a lo que tradicionalmente se ha dado en llamar cine clásico. El laconismo cínico, o desencanto heroico, tan presentes en los derrotados personajes que pueblan sus obras maestras posteriores, impregnan cada frase, cada mirada y cada disparo del honesto McCrea y el pícaro Scott. La violencia soterrada, esa "terribilitá" miguelangelesca que subyace a todas sus historias esperando el momento propicio para el estallido incontenible, recorre la espina dorsal de "Duelo en la alta sierra" como una corriente eléctrica de alto voltaje. Si bien la resolución de la misma no abraza todavía su estilización característica, el enloquecido vals de tomate frito, zooms y ralentís que se convertirá en inconfundible marca de la casa. En fin, el escaso apego que el libérrimo Peckinpah siente hacia la moral convencional queda fielmente retratado en la impagable escena de la boda celebrada en el burdel: oficiada por un juez borracho, amadrinada por la "madame", y escoltada la inocente novia por las "cuatro flores de este jardín"- las cuatro putas del local, sin ánimo de faltar al respeto a tan antigua profesión-, ataviadas de damas de honor con motivo del "feliz" acontecimiento.
Randolph Scott, inmortal esfinge de la serie B, decidió retirarse con esta película. Era consciente de que nunca había participado, ni participaría jamás, en una obra tan maravillosa. Cuánta razón.
Carorpar
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