Es una historia épica pero sin armas, ejércitos, batallas. La heroína de la película, la actriz Gong Li, nos lleva a vivir en una aldea china de los primeros 90. En algunos momentos, casi roza el documental al ambientar la acción en un ambiente rural muy realista. A veces dudamos si Gong Li no es Qui Ju en la vida real. De cualquier forma, nos presenta a una mujer fuerte, empoderada, con fuertes convicciones respecto a la dignidad y nos presenta la acción casi como una odisea, un viaje, una búsqueda superando todos los obstáculos de lo que ella considera justo. Comprobar cómo lucha por conseguir vencer un mundo donde los esquemas patriarcales dominan, hace todavía más épico el discurso.

Aparece la crítica a la burocracia que complica la resolución de los conflictos pero no hay una especial crítica al régimen comunista chino. Incluso, el director les dedica una mirada respetuosa y humana. Eso sí, queda patente cómo los valores jerárquicos están presentes en todos los aspectos de la vida pero que la individualidad de la joven y su voluntad intentará pasar por encima. Ahora bien, no podrá evitar que la maquinaria estatal implacable no respete los tiempos de las personas y entre como un elefante en una cacharrería. Esto es uno de los puntos fuertes del guión, la vuelta que da al final.

Una delicia poder ver el mundo rural chino de hace más de 20 años, hogares, vestimentas, trabajos, rutinas, costumbres, fiestas. La mirada del Zhang Yimou es distante, no se implica y deja evolucionar al personaje que llena la pantalla y se gana al público.

Desde luego un cine imprescindible para disfrutar de la estética pero también con valores antropológicos bien expuestos que hace que lo que vemos lo sintamos cercano.
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