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Voto de El Extranjero :
3
Intriga. Drama José Sirgado (Eusebio Poncela) es un director de serie B en plena crisis creativa y personal, incapaz de romper con su expareja (Cecilia Roth). Inmerso en una espiral de autodestrucción, y con las drogas como acicate, José recibe noticias de un antiguo conocido, Pedro (Will More). Se trata de un extravagante joven que graba en Super 8 y cuya obsesión por controlar el ritmo de sus películas lo lleva descubrir el fotograma rojo. El ... [+]
17 de junio de 2021
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entiendo que no haya que acercarse a ella como a una película 'convencional' (o normal), de planteamiento, nudo y desenlace, que hay que abandonar toda esperanza de lógica al sumergirse en ella, que en realidad se trata más de una experiencia de caracter artístico y contemplativo que de un ensayo concluyente y racional. Bajo ese mismo eslogan se nos vende el cine de Lynch, el cual aborrezco. El hecho de que en su mayoría compartan público es un dato esperado.

En esta página hay unas cuántas interpretaciones y divagaciones preciosas y muy interesantes escritas acerca de esta película. A mi no me ha producido reflexiones tan profundas, yo he visto a un joven con problemas psíquicos cuyas rayadas mentales son objeto de atracción por parte de un Poncela que siente rechazo por su existencia tan poco inspirada. Desea desaparecer, anularse, dejar de formar parte de este mundo. La consciencia acerca del efecto devastador de su adicción es una carga demasiado dura, si bien la sustancia tiene el efecto de abrir de algún modo la mente, ver y vivir las cosas de otra forma, quizás más intensa y 'arrebatada', menos anodina, también trae consigo frustración y tormento. De hecho ese tema es el único aspecto en el que el mensaje de la película encuentra algún sentido: es un estudio de las drogas, por un lado es un tributo tanto a la atracción tan poderosa y prohibida que despierta su sola presencia en escena (la sustancia tiene mucho protagonismo, casi otro personaje más), como a la excitación, bienestar artificial y lucidez a la que te somete momentáneamente, y por otro un lamento desesperado y asumido a lo que deja tras sí: sequía artística, vacío existencial, la nada más absoluta, el deseo de desaparecer, de dejar de existir, de autodestruirse definitivamente ante la incapacidad de crear ni de encontrarse en armonía en el mundo.

Se entreven ciertos paralelismos con la realidad del director: adicto, no ha filmado nada más relevante en su vida, me recuerda a otro nombre ilustre del cine español cuya carrera se vio interrumpida debido a la heroína (de hecho tanto los narcotizantes efectos sonoros, empleados en el cine quinqui, como la manera de filmar la droga, con ansia, como algo con poder hipnótico pero cotidiano a la vez, me evocaron al cine de Eloy de la Iglesia). Su metraje es un indigesto testimonio de la habilidad mermada y de la locura, que se funden entre sí y acaban desapareciendo porque así el autor lo desea y lo necesita.

No resulta conciliadora la impresión de que el autor tuviese sentimientos parecidos (la lucidez podrá consistir en cualquier cosa pero no en eso, en un suicidio) y evidentemente resulta difícil concebir que esta filmación se haya gestado en un estricto estado de sobriedad.
El Extranjero
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