El director ruso sigue con su excelente radiografía de la Rusia contemporánea. Un panorama a tenor del simbolismo que preña sus obras desolador. Un sálvese quien pueda donde la brecha con el pasado totalitario genera ansiedad de felicidad a toda costa, aunque sea efímera y aboca a un futuro incierto al que no se le quiere hacer frente. Un presente donde conviven las ruinas y los nuevos oropeles. Una Rusia que corre engalanada cada mañana cargada de lastre en una cinta que no lleva a ninguna parte.
Al futuro no se le quiere, se le busca oficialmente con desgana, ha huido para poder encontrarse a si mismo. 

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