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El marqués del Grillo

Comedia En la Roma de principios del XIX, el noble Onofrio del Grillo dedica su vida a los placeres mundanos ignorando sus obligaciones con el Papa Pío VII. (FILMAFFINITY)
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Críticas 7
Críticas ordenadas por utilidad
6 de abril de 2022
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
106/03(03/04/22) Atractiva comedia italiana dirigida por Mario Monicelli, guionizada por un magnífico elenco, con Leonardo Benvenuti (“Erase una vez en América”, Piero De Bernardi (“Habitación para cuatro”), Tullio Pinelli (“La Dolce Vita”), el propio director, y hasta el protagonista Alberto Sordi, actor que deslumbra con su arrolladora interpretación, que lso americanos llamarían ‘Bigger Than life’. Describe episodios de principios del siglo XIX en la vida de un noble en Roma, basándose libremente en relatos folclóricos del verdadero Onofrio del Grillo (vivió en el siglo XVIII), este personaje juega una serie de bromas, incluso involucrando al Papa Pío VII, encarnado por un gran Paulo Stoppa. En lo que es un fresco en tono de farsa (las cosas que se dicen en broma son las más serias), sobre como los poderosos se adaptan a quien está en el poder con tal de mantener sus privilegios, en este caso como este noble se amolda al ocupante francés-napoleónico, pero ello en un tono sarcástico.

Roma, Año de Nuestro Señor 1809. El Papa Pío VII (Paolo Stoppa) con sus cardenales y ministros administra el poder temporal y espiritual de los Estados Pontificios en Italia. El marqués Onofrio del Grillo (Alberto Sordi) es uno de sus favoritos, pero el peor de toda la nobleza. Como noble privilegiado y protegido, Onofrio se siente libre de gastar sus bromas a los pobres sin temor a las consecuencias. En una ocasión, cuando es detenido en una cena con delincuentes comunes, se dirige al populacho en un discurso vulgar, alegando que su nobleza le permite hacer lo que quiere, y que ellos, siendo pobres, no valen nada.

Enarbolado todo por un sensacional Sordi que da vida a este disoluto y hedonista marqués, con el que se quiere hacer una alegoría entre el personaje y el carácter de la Roma de entonces, ciudad que alegre que lleva por dentro el luto de su ocupación. Una actuación desbordante de carisma, con una gracilidad portentosa en la labia, derrochando soberbia, humor, arrogancia, irreverencia, chulería. Pero es que la última parte se desdobla en un patético carbonero (Gasperino) borrachín adorable que encarna con brillantez, sabiendo dotar de matices a cada uno (reflejos de Roma), con una expresividad primorosa en cada rol.

También sirve el guión para a tacar la hipocresía del Vaticano, su arrogancia y paternalismo. Donde hay excelentes diálogos, situaciones imaginativas, humor a raudales, mordacidad hiriente, un desarrollo ingenioso en su idea de deconstruir la sociedad del tiempo. Una comedia por momentos incisiva en su acerada crítica a este universo, ejemplo es el tramo del juicio al judío ebanista, donde se dan cita el racismo, la corrupción del poder, el despotismo, o el abuso del poder, de una alta sociedad decadente embebida de sí misma.

Un relato que discurre fruto de las muchas manos en el guión, de modo claramente episódico, esto hace que haya cierto desequilibrio, habiendo unos mejor que otros. Destacando entre los buenos el encuentro del marqués y su amigo galo con los bandidos en las ruinas de la iglesia de San Buonaventura, capitaneados por un cura; El tramo con el mencionado judío, Aronne Piperno (buen Riccardo Billi), con el epílogo del Marques confesando al Papa su manipulación del juicio, con ello espetándole que la Justicia no existe; El de la parte de la representación operística donde los antiguos castrati deben dejar paso a los nuevos tiempos (por mor de la Revolución francesa) donde las mujeres pueden cantar; El tramo último cuando toma protagonismo el carbonero Gasperino resulta muy divertido, ya desde la reacción de este al ser colocado en la cama del Marqués y despertar entre lujos, su rostro resulta excelso, y luego sus reacciones y las de los demás ante su comportamiento. Y a la vez un ejemplo de cómo los poderosos se pueden reír de los ‘plebeyos’.

Entre lo no tan bueno está el comienzo un tanto dubitativo, con el Marqués riéndose de los pobres en lo que les lanza, esto se encadena con la ‘bruja’; tenemos el modo de humor grueso de reírse del aliento (a rata muerta) de la hermana; El tramo con la joven Faustina (Angela Campanella) que luego la madre le acusa de haberla dejado preñada, y el Marqués, siendo comandante de la Guardia Suiza en Castel Sant'Angelo, deja su puesto para ir a ‘descubrir’ la verdad, y entonces se produce una situación incómoda y grimante con la madre susodicha, siendo forzada a algo que me da dentera; También es un tanto dispersa la idea de cómo camaleónicamente el marqués se ‘acopla’ a los nuevos tiempos, se hace ver, pero luego, se deja ir, hasta desembocar en un tramo final notable en lo que se refiere a este por sí mismo, pero alejado de lo que seguramente se quiere reflejar.

Ello con un gran gusto en la ambientación, una puesta en escena muy atractiva. Ya desde su ampuloso diseño de producción de Lorenzo Baraldi (“Un burgués pequeño, muy pequeño” o “El cartero y Pablo Neruda”), para loq eu tenemos la filmación en grandes palacios y lugares pintorescos (Teatro di Marcello; Casa dei Cavalieri di Rodi; Castel Sant'Angelo para las murallas de la ciudad; Teatro Sociale en Amelia-Terni, para el teatro de la ópera; Palazzo dei Conservatori en Roma para el interior del palacio papal; el Acquedetto Claudio de Roma; Casale della Civita en Viterbo; Palazzo Pfanner en Lucca para el interior del palacio de Grillo); gran labor en el vestuario para acrecentar el realismo, obra de Gianna Gissi (“Un quinteto a lo loco” o “El cartero y pablo Neruda” ), con el barroquismo inherente al tiempo;... (sigo en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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6 de agosto de 2017
1 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Le doy un seis porque es de Monicelli, que nos dejó cosas tan buenas como "I soliti ignoti" o "Padres e hijos", "Guardie e ladri", sobre todo en los años cincuenta. Después, en los sesenta y setenta cambia el público y cambian las modas y Monicelli se adapta pero ya perdiendo mucha chispa. No le ocurre solo a él. El cine italiano, desde finales de los sesenta, salvo alguna excepción, no llega ni a la mitad de las grandes obras del neorrealismo.
Esta, película, de los ochenta, se hace pesada, grotesca, basta...Alberto Sordi es muy bueno pero hay que contenerlo un poco. Aquí se le da vía libre, en dos papales además, y llega un momento en que cansa.
Todo esto vista en italiano. Doblada no lo quiero ni pensar.
yoparam
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